CIENCIA
"Espiral infinita"

El viaje invisible de los microplásticos: cómo contaminan el suelo, el agua y la comida

Estos fragmentos de plástico diminutos se encuentran en todos los rincones del planeta, desde la cima del Everest hasta la cadena alimentaria humana, afectando ecosistemas y la salud.

Microplásticos en el líquido folicular13052025
microplásticos en el líquido folicular. | Shutterstock-Europapress

Los microplásticos, fragmentos diminutos de plástico que miden menos de cinco milímetros, están infiltrados en todos los rincones del planeta. Se detectaron en la placenta humana, en los órganos de pingüinos antárticos, en el hielo del Ártico, en la cima del Everest y hasta en las profundidades de la Fosa de las Marianas. Su presencia demuestra que ningún ecosistema queda fuera del alcance de la contaminación plástica.

Aunque puedan parecer insignificantes, estos fragmentos actúan como viajeros persistentes. Un solo hilo de poliéster desprendido de un sweater puede recorrer un largo camino a través del agua, el suelo, los ríos y los océanos, transportando consigo partículas que permanecen durante décadas o siglos.

Sin embargo, el impacto de los microplásticos va más allá de lo ambiental. Al entrar en la cadena alimentaria, estos fragmentos afectan a insectos, aves, mamíferos y finalmente a los humanos, quienes consumen alimentos y agua contaminados. Estudios recientes muestran que la ingestión e inhalación de microplásticos es un fenómeno generalizado, con posibles consecuencias para la salud a largo plazo.

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Microplásticos: la amenaza invisible que invade la vida

Su origen es cotidiano, proviene desde las fibras de la ropa sintética hasta envases plásticos, y son materiales que se dispersan rápidamente. Cada acción humana, por mínima que parezca, contribuye a un ciclo de contaminación que afecta a ecosistemas enteros y a los recursos naturales de los que la vida humana depende.

Orígenes de los microplásticos: del los sweaters al campo

La vida de los microplásticos comienza en lo cotidiano. Por ejemplo, un hilo de poliéster desprendido de un sweater en la lavadora puede liberar cientos de miles de fibras en un solo lavado. Estas diminutas partículas circulan por las tuberías de aguas residuales y terminan en los lodos de depuradoras, que a menudo se utilizan como fertilizantes en la agricultura. Esto convierte los campos cultivables en reservorios de microplásticos que permanecen por años, integrándose en el suelo y en la vida que alberga.

Una lombriz de tierra, a su vez, puede ingerir estas fibras sin digerirlas, acumulando plástico en su organismo. Esto altera la digestión y provoca pérdida de peso, afectando también a otros insectos y organismos como babosas, caracoles y orugas, que consumen hojas contaminadas. Estudios muestran que estos fragmentos pueden retrasar el crecimiento y reducir la fertilidad de los animales que los ingieren, además de causar daños hepáticos, renales y estomacales en especies más grandes.

Preocupa la presencia de microplásticos en testículos humanos.
Se estima que una persona consume al menos 50.000 partículas de microplástico al año.

El suelo, más que los océanos, concentra altos niveles de microplásticos. Insectos y pequeños mamíferos forman la base de la cadena trófica, y la presencia de plástico altera la estructura de estos ecosistemas. Lo que comienza como un hilo desprendido de una prenda puede llegar a afectar aves, mamíferos y eventualmente a los humanos, quienes consumimos estos organismos o sus derivados.

El recorrido de los microplásticos no termina con su consumo por la fauna. Cuando los animales mueren, las fibras retornan al suelo, reiniciando el ciclo de dispersión. El viento, la lluvia y la escorrentía fluvial los transportan a nuevos lugares, alcanzando ríos, mares y océanos, donde continúan su viaje en un proceso que los científicos denominan la “espiral de plástico”.

Microplásticos en la cadena alimentaria

Una vez en el suelo y en los cuerpos de los animales, los microplásticos ascienden por la cadena alimentaria. Los erizos, ratones, aves insectívoras y otros pequeños mamíferos ingieren partículas de plástico directa o indirectamente. Esto significa que los fragmentos terminan en carne, leche y sangre de animales de granja, que forman parte de la dieta humana. Se estima que cada persona consume al menos 50.000 partículas de microplástico al año a través de alimentos, agua y aire.

Incluso órganos humanos sensibles como pulmones, placenta, médula ósea, sangre, semen, testículos y cerebro fueron encontrados con estas partículas, lo que evidencia su penetración profunda y sus posibles implicaciones para la salud. Investigaciones preliminares sugieren que estas partículas pueden liberar toxinas y afectar funciones celulares esenciales del organismo.

Los microplásticos, la última amenaza para la salud humana

Los microplásticos también se infiltran en la agricultura. Fragmentos diminutos llegan a las plantas a través del suelo, afectando raíces, tallos y hojas. Estos nanoplásticos pueden bloquear canales de nutrientes y agua, limitar la fotosíntesis y comprometer la producción de alimentos como trigo, arroz y lechuga, que luego entran nuevamente en la cadena alimentaria humana.

Este ciclo perpetuo los convierte en contaminantes persistentes e imposibles de eliminar por completo. Cada hilo desprendido, cada envase abandonado y cada fibra sintética contribuye a un problema global que ya se extiende a todos los ecosistemas, desde los más remotos hasta los urbanos.

Contaminación: la magnitud del plástico en el planeta

Desde la década de 1950, la humanidad produjo más de 8.300 millones de toneladas de plástico, suficiente para pesar tanto como mil millones de elefantes. Este material se utiliza en envases, textiles, productos agrícolas y bienes de consumo, siendo casi imposible prescindir de él. Sin embargo, su fabricación y desecho irresponsables generaron una crisis ambiental global, según los expertos.

Microplásticos
En 75 años se produjeron más de 8.300 millones de toneladas de plástico.

La dispersión de microplásticos alcanzaron incluso los lugares más remotos de la Tierra. Se detectaron partículas en glaciares, montañas, océanos profundos y parques naturales, lo que demuestra su omnipresencia. Las corrientes de aire y agua facilitan su viaje, convirtiéndolos en contaminantes globales que desafían los esfuerzos de conservación.

El impacto no se limita al ambiente. También afectan a la biodiversidad, alteran procesos ecológicos fundamentales y comprometen la fertilidad del suelo y la salud de los animales. Además, su presencia en la cadena alimentaria humana plantea riesgos que todavía están siendo estudiados, pero que ya generan preocupación entre científicos y autoridades sanitarias.

Expertos señalan que los consumidores pueden disminuir su aporte a la contaminación, pero no es suficiente. La responsabilidad principal recae en políticas públicas efectivas y en la regulación de empresas que producen y comercializan plástico de un solo uso. Sin mecanismos de control, aseguran, la contaminación persistirá y seguirá aumentando.

RV/ff