Un desarrollo del Conicet que podría elevar en forma significativa la producción de trigo argentino y convertirse, además, en un nuevo tipo de exportación de soluciones biotecnológicas de alto valor se encuentra hoy en el eje de una polémica. Se trata del trigo transgénico HB4 que probó ser capaz de sobrevivir a largos períodos de sequías e igualmente seguir rindiendo buenas cosechas. Aunque ya obtuvo el aval del Senasa y de la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (Conabia), la Secretaría de Agricultura de la Nación, junto a un grupo de productores, se opone a la aprobación por el temor al rechazo de algunos mercados como el brasileño.
Aún no hay fecha para que se pueda comercializar esta variedad desarrollada por profesionales del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL) en conjunto con la compañía Bioceres. La responsable de ese logro biotecnológico que tomó varios lustros de trabajo es la doctora Raquel Chan, directora del IAL y profesora en la Universidad del Litoral. “La ciencia detrás de este producto es buena, segura y rentable, aunque probarla y obtener la patente fue muy complejo”, le contó a PERFIL. Y agregó: “desde Conicet trabajamos junto a Bioceres y tuvimos que superar muchas trabas, básicamente por falta de recursos”. Además, la biotecnóloga sumó otro dato: “sabemos de varios grupos científicos argentinos que tienen muy buenas ideas y desarrollos biotecnológicos originales que funcionan en las mesadas de los laboratorios. Pero que no cuentan con infraestructura ni fondos para tramitar los permisos y encarar ensayos a campo. Son posibles productos valiosos que podríamos perder”.
“Desde Conicet trabajamos junto a Bioceres y tuvimos que superar muchas trabas, básicamente por falta de recursos”
El trabajo de Chan y su grupo comenzó a mediados de los 90, como una investigación básica y luego se convirtió en un desarrollo aplicado. “Queríamos entender los mecanismos que usaban los vegetales para adaptarse a las condiciones cambiantes del medio ambiente. Estudiábamos genes del girasol, una planta capaz de soportar condiciones ambientales adversas”. Tras muchos experimentos identificaron el gen Hahb-4, cuyo mecanismo de acción es original ya que logra “engañar” al metabolismo y consigue que, aún durante un período de escasez de lluvias, la planta continúe haciendo fotosíntesis y creciendo.
El siguiente paso fue introducir esa secuencia en el genoma de otras especies como: soja, maíz, alfalfa y, en los últimos años, trigo.
Y comprobaron que mejoraba su capacidad de adaptación a situaciones de estrés hídrico, siempre sin afectar la productividad. “Los efectos de este gen son notables: si se siembra nuestro trigo HB4 genéticamente modificado en regiones donde el agua escasea, en promedio, eleva el rinde en un 30% o más. Y hubo zonas donde el rinde duplicó la cosecha obtenida con trigo común”. Según los expertos, por los efectos del cambio climático esta tolerancia se volverá cada vez más necesaria si se quiere seguir teniendo producciones abundantes.
Archivo | La sequía podría restar hasta un punto a la expansión del PBI
Transgénico. El hecho de que un gen de girasol se haya insertado en el genoma del trigo con técnicas de laboratorio despierta inquietud. “Yo respeto las opiniones, pero hoy no comemos nada que no haya sido totalmente modificado por miles de años de agricultura. El maíz, el kiwi o el brócoli son ejemplos típicos. ¡No tienen nada que ver con las plantas naturales originales! Son variantes genéticas obtenidas por siglos de mejoramiento de especies, hechas a prueba y error por miles de agricultores. Para obtener nuestro trigo sistematizamos y aceleremos ese proceso”, detalló la experta.
Por otra parte, muchos asocian lo transgénico al glifosato. “Con el trigo HB4 es erróneo. Podemos cultivarlo, no aplicar herbicidas e igual tener mejor producción si hay sequía”. Finalmente recordó que “el gen que introdujimos en el trigo es algo natural, obtenido del girasol. Todo el mundo consume aceite de girasol o mastica sus semillas y a nadie le preocupa ingerir esa parte de su ADN”.
—¿Por qué no se aceptaría en mercados como Brasil? ¿Miedo a lo transgénico?
—Yo creo que el problema básico es un conflicto económico. No creo que sea miedo porque, aunque dicen no querer este trigo, siembran regularmente porotos genéticamente modificados que luego consumen en la feijoada. Además, un gran porcentaje de la caña de azúcar que hoy cosechan tiene ADN modificado en el laboratorio. Por eso creo que, con el tiempo, nuestra tecnología, que ayuda a producir más y que desarrollamos 100% en Argentina, terminará imponiéndose.
Preocupación por la fuga de cerebros
—¿Qué le falta a la ciencia para acercarse más a la producción?
—Hay que inyectar más dinero y hacer como en los países desarrollados que patentan todo lo que parece interesante y luego ven si lo desarrollan y lanzan al mercado. Además, se pueden dar exenciones impositivas a las compañías que inviertan en ciencia. Y facilitar la interacción público-privada. Deberíamos crear, como en Brasil, una empresa estatal enfocada en el desarrollo de productos de biotecnología. Pero que sea ágil, siguiendo el modelo de Invap. Que pueda moverse en este mercado con la agilidad del privado, aprovechando el know-how generado en los laboratorios públicos, de forma que toda la sociedad se beneficie.
—¿Están trabajando en forma normal?
—Como otros institutos, tenemos problemas de falta de fondos para investigar. Y la situación se agrava mes tras mes. Por ejemplo, no llegan subsidios ganados y comprometidos por la Agencia de Promoción. Por otra parte, debido al deterioro de los sueldos, varios de nuestros investigadores recibieron ofertas para irse a países vecinos. Otros que están en el exterior ya postergaron su regreso.