Diego Golombek es biólogo. Pero también es periodista. Y escritor, divulgador y editor de libros. En su juventud tuvo tiempo para estudiar el profesorado de música en el conservatorio. Y hoy reparte sus horas diurnas entre la investigación científica de los ritmos biológicos en el Conicet y la docencia en la Universidad de Quilmes. Pero, además de ser un experto en cronobiología –la ciencia que estudia el funcionamiento y la influencia de los ritmos circadianos y del reloj biológico en los seres vivos–, una parte importante de su tiempo lo dedica a la divulgación de la ciencia en programas de televisión, radio y, sobre todo, en libros. De hecho, es autor de una veintena de tomos de diversos temas y ahora acaba de llegar a las librerías su última obra: La ciencia es eso que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otras cosas. Allí enhebra numerosas historias y curiosidades de la ciencia, en una sempiterna mezcla de explicaciones claras, datos precisos, historias desconocidas, dosis de ironía y mucho humor, que no se limita a contar la práctica cotidiana de los investigadores, sino también a reflexionar y contestar las preguntas curiosas que cualquier persona se hace día a día.
—Investigás hace años sobre el sueño y los ritmos circadianos. ¿Cómo dormimos los argentinos?
—A diferencia de lo que ocurre en muchísimos países, no sabemos mucho sobre nuestro descanso y sueño. Tenemos indicios de que dormimos un promedio de entre 6,5 y 7 horas por día. Eso es bastante poco. Datos de EE.UU. indican que, a principios del siglo XX se dormía 8,5 horas. Muchos dicen que tenemos una especie de adicción a la vigilia y culturalmente está mal visto “gastar” tiempo en dormir. La verdad es que la falta crónica de sueño se paga con malhumor, falta de consolidación de memoria, sobrepeso, entre otras cosas. O sea, se pierde calidad de vida.
—También tiene un componente económico?
—Sí. Expertos del primer mundo calcularon que los problemas y patologías del sueño representan hasta el 1% del PBI de un país. Y hace años la Organización Mundial de la Salud determinó que trabajar en turnos rotativos constituye un factor de riesgo para el cáncer. Además, en los turnos nocturnos disminuye la productividad y aumentan los accidentes. Si pudiéramos tomar medidas “higiénicas” y educativas efectivas sobre el sueño de los trabajadores, sobre su entorno y las luces del espacio de trabajo. O sugerir horarios de descanso y de alimentación, sería posible mejorar todos esos parámetros. O sea, por medio de intervenciones simples, basadas en evidencia científica y considerando el sueño de los argentinos, es posible mejorar la economía en cifras importantes.
"Dormimos entre 6,5 y 7 horas por día. Es bastante poco. Y eso afecta nuestra salud"
—¿Qué se está haciendo al respecto?
—Yo integro un grupo de científicos que está recopilando datos por medio de una encuesta nacional para poder conocer más sobre cómo dormimos. Hasta ahora desde el sitio www.cronoargentina.com ya obtuvimos información de unas 15 mil personas de todo el país. Pero queremos llegar a tener datos de al menos el 1% de la población total, así que nos falta muchísimo todavía. La encuesta tiene preguntas sobre calidad y tiempo de sueño, tipo de dieta, peso, actividad física y algunas cosas más. Pero recién estamos empezando a analizar los datos que tuvimos hasta ahora.
—¿Y serviría toda esa información?
—Muchísimo. Por ejemplo, hace años Argentina adoptó el huso horario “-3”. Y no tenemos evidencia de que sea algo positivo o negativo. De hecho, geográficamente sería más lógico que el huso fuera “-4” o, tal vez, deberíamos tener dos husos como en otros países. La verdad es que no podemos llegar a una conclusión certera, simplemente porque no conocemos los datos concretos sobre cómo dormimos los argentinos.
—También se discuten los horarios escolares...
—Muy recientemente un colega argentino que trabaja en EE.UU. encontró y publicó evidencias científicas sólidas de que si los chicos empiezan su jornada escolar apenas una hora más tarde que lo que ocurre ahora, se comprobó que se enferman menos, faltan menos y logran un mejor rendimiento escolar. Parece algo de puro sentido común, pero necesitamos que la investigación científica le ponga datos concretos a esa idea lógica y así poder diseñar cambios que realmente nos sirvan para mejorar.
Una manera de encontrar la felicidad
—Sos investigador y escribiste más de veinte libros de divulgación.
—Sí. A esta altura combinar la investigación científica y la divulgación ya es algo natural para mí. Es una alegría hacer ciencia profesionalmente pero también contarla. Creo que me sentiría rengo si dejo de hacer alguna de las dos. Eso sí, no se lo aconsejo a todo el mundo, porque realmente es una inversión de tiempo importante. Pero me hace feliz poder combinarlas y hacer libros, programas de TV, etc. Hoy hacerla y no contarla me sería realmente raro.
—¿Qué cuenta tu último trabajo?
—El título está inspirado en una canción de Lennon a su hijo. Y lo que quise contar es que la ciencia no nos tiene que pasar desapercibida. Aproveché para hacer un libro de mis obsesiones científicas con la ciencia en la vida cotidiana. Y creo que puede enganchar al lector. Quería mostrar que no solo “está” en los laboratorios sin también en la casa, en el baño, en el colectivo, en el deporte o en la música. Creo que encontrar esa ciencia escondida –y contarla– es divertido, nos puede hacer disfrutar muchísimo y convertirnos en personas mejores y más felices.