COLUMNISTAS

107.602.000.000

Por Esteban Peicovich | Un hombre de palabras, escribe sobre números y la cantidad de muertes que hubo en el planeta.

Nuestra pasión por turistear no sería más que un módico ensayo de esta ansiada fuga final
| Cedoc

Si bien soy hombre de palabras los números me resultan hipnóticos. De chico solía fliparme con el Pi (3.1416 y su etcétera) y de grande me castigo con el número más escalofriante que se pueda imaginar. Como Pi, no deja de crecer, pero al revés de aquel, no propone la felicidad. Al muy plomazo le da por pisarme los talones y un día no lejano me alcanzará. Es una operación cantada: restará mi palabra y me sumará hecho número.

Este voraz animal de la aritmética es el 107.602.000.000 (esto es, 107.602 millones) Y según rastreo confiable, es la cantidad de humanos muertos en el planeta desde hace 52.000 años hasta hoy. Los actuales 7.500 millones somos solo el 6,5 por ciento del total de pobladores que tuvo la Tierra. Y no sigo tan mortal párrafo me causa mareo. También releerlo. De pronto imaginé un homenaje de la especie a estos infinitos predecesores.

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--Duelo difícil…un minuto de silencio sería menos que nada. Habría que callar, al menos, un siglo entero.

Poco edificante es el copete de esta nota pero así es el periodismo. O deslumbra anunciando un relámpago de flores o corta el hipo con una carga de profundidad. Siendo un aporte dark atenuaré su efecto con anuncio reparador: la ley sobre muerte digna fue incorporado a nuestra vida (sic). Ni  eutanasia ni suicidio asistido: muerte digna. Un beneficio que la vida (pobrecita) sigue esperando. Lo llegislado solo aborda la dignidad terminal.

Aún así, Hipócrates y Galeno apoyarían la medida. No las iglesias. Ya se sabe: la muerte sigue siendo su mayor proveedora de fieles. Y en alguna de ellas, de novísimos verdugos. Los dioses (salvo Buda, que fue dios terrestre y de reir a más no poder) son de no contar secretos. Entre nos, sobran las pruebas. La creación de Adán y Eva arrancó como serie de tevé y concluyó al tercer, cuarto capítulo, sin que sepamos lo ocurrido tras el prólogo amputado. Ni hoy, que rige en el Vaticano un Papa bocón, se consigue alguna versión adulta sobre el multinacer  humano. Y menos sobre el multimorir. La onda eterna es mantenernos en ascuas, como con la economía. Amontomar muertos en el tiempo (como prueba la cifra del copete) y pobres en el espacio (como lo muestra el mundo)

Son los científicos (con carbono 14 y hurgando a fondo) quienes obtuvieron esta aproximada y espeluznante cifra de desaparecidos del sistema solar. De su investigación incesante depende sepamos algún día el porqué de esta aventura de germinar en  la Tierra,  acontecer y declinar en ella hasta engrosar la desmesura funeraria que nos espera. Un composts de humanidad macerada que entre sus enigmas guarda el más perturbador: ¿qué movió a la materia (o al espíritu) crearnos como somos y tras ilusionarnos gira que te gira entre sol y luna, hacernos polvo, y ya en costumbre posmo, tan solo humo?

La descomunal cifra de mortandad no se puede leer en vano. Tampoco escribir. Si lo sabré, que intenté otro tema y no pude desasirme. ¿Nos llegará algún día la primicia más deseada de todos los tiempos? ¿Cuántos de esa suma murieron de modo natural y cuántos por violencia del prójimo?¿Vamos de malos a peor o de buenos a mejor? That is (la única) question. Soñar que Macbeth falló al jugarse por su idiota entre sonidos y furias, y que pese al sangrante diezmo que paga cada época,  vale la pena nuestra funambulesca odisea planetaria.

No otro es el principal asunto de nuestras vidas. Aun así no aparece jamás en ninguna plataforma electoral del planeta. Lleva 52.000 años esperando se lo trate. Los dioses secreteando y los mercaderes engrosando de muertitos la estadística. Lo que la arqueología recoge del ayer prueba que desde su primera noche en la Tierra el hombre no pensó en otra cosa que en preparar las maletas y huir de sitio tan monstruoso. Solo ese pavor del origen puede explicar que saliera huyendo hacia donde  fuera soportando vivir sobre hielo, frente a maremotos o en medio de la impiadosa humedad argentina.

Incómodo por destino, se abocó a sus dos mayores obsesiones: aguantar e imaginar. La primera lo llevó a la oración, al bricolage y a la anestesia. La segunda a Boccherini, a Vermeer, a Pessoa, a Borges y al cohete Shuttle. La misma pasión por turistear no sería más que un repetido ensayo de fuga final. Ni Sócrates ni Descartes serían referentes definitivos. Ni la aventura mental que va del "¿ser o no ser?" al “no somos nada” otra cosa que una alfombra mágica en despiste. Apenas un placebo para matar el tiempo hasta el instante de la partenza. ¿O acaso no es  la vida un ligerísimo viaje de tránsito? Breve. De cabotaje simple. Terrestre. Local.

(Ya cerrada la columna me sorprendió el parpadeo de una luz. Alcé los ojos del teclado y ví que el ominoso mega número del copete titilaba en la pantalla. Sentí que pedía ser el título. Y le dije que sí, claro)

(*) Especial para Perfil.com.