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Por Jorge Fontevecchia | Las chances de que triunfe un candidato que represente al kirchnerismo son muy remotas. La hipótesis del retorno en 2019.

7 años no es nada. La Presidenta en 2007 y hace pocos días.
| Cedoc Perfil

Las recurrentes dolencias físicas de la Presidenta les señalan a quienes hacen planes para Cristina 2019 que no deben olvidar consultar a la naturaleza sus calendarios políticos. La comparación del rostro del día que asumió, en 2007, con el de su última cadena nacional, antes de su internación en el Sanatorio Otamendi, facilitada porque en ambos casos estaba vestida de blanco, muestra en su acelerado deterioro estético cómo cada año al frente del Poder Ejecutivo equivale a varios de vida medianamente normal, haciendo que no parezca que hubieran pasado sólo siete años entre una y otra foto, sino casi una generación.

Quizá por eso, pero fundamentalmente porque las chances de que un candidato que represente al kirchnerismo pueda triunfar en segunda vuelta son muy remotas, la moda K ahora es especular con la posibilidad de alcanzar un voto más que el 40% y, con una diferencia de más de 10% sobre el segundo, ganar en primera vuelta (tanto Cristina Kirchner en 2011 y 2007 como De la Rúa en 1999 y Menem en 1995 fueron electos con más del 45% de los votos, que es la otra forma de omitir el ballottage sin importar cuántos votos obtenga el segundo).

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Por eso celebran más que nunca la competencia de Massa por cooptarle potenciados aliados electorales radicales a Macri creando una animosidad irreconciliable entre ellos. Y su peor pesadilla serían unas PASO entre Massa y Macri donde juntaran fuerzas y, peor aun, que fruto de un acuerdo uno fuera para presidente y el otro para gobernador de la provincia de Buenos Aires.

La esperanza kirchnerista parte de creer falso que el 30% de la población sea kirchnerista y el 70%, antikirchnerista, y sí creer que el 30% es kirchnerista, otro 30% es antikirchnerista y el restante 40% va y viene. Siendo así, con que el 10% migre de ese 40% tentado por la moderación de Scioli y la oposición se mantenga dividida y sin que ni Massa ni Macri duplique al otro, el sueño K podría hacerse realidad.

Desde los equipos de Massa y Macri, la especulación es otra. Suponen que el candidato opositor que obtenga más votos en las PASO absorberá luego los votos opositores del otro, bajo la lógica del voto útil, convirtiendo las PASO en una interna interpartidaria excluyente de la oposición y de la primera vuelta, casi un ballottage.

También hay analistas de la oposición que creen que es muy peligroso hacer esos cálculos, porque si se repitiera en Argentina la volatilidad electoral de la última votación en Brasil, con cinco puntos que se desplacen en un sentido o en otro, no sería imposible que el oficialismo consiguiera su continuidad.

Como ya se ha escrito varias veces en esta columna, un triunfo de Scioli no necesariamente garantizaría la continuidad del kirchnerismo, y se reparten por igual quienes creen que Scioli, de ser elegido presidente, querrá dominar a La Cámpora e imponer su propia impronta pero no podrá, y quienes piensan que La Cámpora es un colectivo efímero y se diluirá en el devenir de un gobierno sciolista.

La pregunta de fondo –que sólo podrá ser respondida en un nuevo mandato– es si el kirchnerismo es un colectivo perenne o una mera coalición de intereses que se desarticulará tan pronto desaparezcan los incentivos fácticos para mantenerse unida.

La respuesta se encontraría más en el pasado que en el futuro si el kirchnerismo resultara la expresión actual de un sistema de valores preexistente que representa a una parte importante de la sociedad argentina más cercana a la rebeldía, la queja o la adolescencia perpetua, y que se autovictimiza para responsabilizar siempre al otro. Sistema de valores que la implosión de 2002 legitimó y colmó de seguidores porque, con cierta lógica, si los doctores de Harvard nos condujeron a ese desastre, mejor “hacer la nuestra”.

Hubris. En este contexto, la semana pasada Nelson Castro recibió una invitación de la Sociedad de Medicina de Londres, que organiza el simposio “Liderazgo, estrés y Hubris” el próximo 17 de noviembre.

Párrafos del texto de la carta que le envía Peter Garrard, profesor del Centro de Investigaciones de Neurociencias de la Universidad St. George de Londres, merecen ser compartidos con el lector para comprender cómo en las democracias maduras se analizan las enfermedades propias del exceso de poder.

Dice: “Observo con gran interés sus últimos escritos y emisiones sobre el tema del síndrome de Hubris y su afirmación de que la presidenta Kirchner cumple con los criterios de diagnóstico para la enfermedad”.

“Como usted sabe, Owen y Davidson describen originalmente las características clínicas del síndrome de Hubris en una serie de casos retrospectivos, y gran parte de lo que ha aparecido posteriormente en la literatura científica y en los medios de comunicación sobre el síndrome de Hubris se ha referido a líderes políticos y empresarios ya retirados. Se habla mucho de la necesidad de ser conscientes del síndrome de Hubris antes de que sus consecuencias perjudiciales inevitablemente se hagan evidentes, y usted es la primera persona que ha descripto su aparición en una líder que todavía está ejerciendo el poder”.

“Estoy seguro de que está enterado de mi reciente trabajo sobre biomarcadores lingüísticos del síndrome de Hubris para promover el mejor estudio y la prevención de las consecuencias del síndrome de Hubris, a menudo catastróficas. Y espero que usted considere participar en la posterior conferencia ‘Liderazgo, estrés y Hubris’”.

“Respecto de los biomarcadores lingüísticos del síndrome de Hubris, sería esencial documentar cualquier cambio en el lenguaje de la presidenta Kirchner durante sus dos mandatos”.

Veinte años K. El exceso de poder no sólo afecta a los gobernados, sino también a los gobernantes. La salud de Néstor Kirchner o la recurrencia de afecciones de su viuda son una señal inequívoca. Mientras tanto, los fanáticos K sueñan con dos décadas ganadas, hilvanadas por cinco períodos presidenciales consecutivos: Néstor, Cristina, Cristina, Daniel, Cristina. Pobres todos.