COLUMNISTAS
ACUERDO UE-MERCOSUR

A cualquier precio y de futuro incierto

Los tratados de libre comercio no son necesariamente favorables: malas negociaciones pueden generar malos resultados en empleo o desarrollo productivo.

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Equipo. Los negociadores con Bruselas de la cancillería argentina. | Cancillería

Como esas estrellas apagadas que todavía vemos brillar, el acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea (UE) se corresponde con un contexto mundial idealizado, pero inexistente.

Las tensiones comerciales que dominan los portales de noticias a escala global hacen evidente, hoy más que nunca, que las diferencias entre firmar un acuerdo y firmar un buen acuerdo se esconde en los detalles.

La escasa transparencia y la magra información que caracterizaron a las negociaciones entre la UE y el Mercosur en los últimos meses, dificulta la de por sí compleja tarea de evaluar las consecuencias de una iniciativa de esta magnitud.

No obstante, las manifiestas intenciones del gobierno argentino de formalizar un acuerdo a como dé lugar y la velocidad que se imprimió a las negociaciones en el marco del proceso electoral, contrasta con la minuciosa atención que debería prestarse a sus efectos sobre el empleo, la producción y el desarrollo tecnológico de nuestros países.

En el caso del gobierno nacional, la insuficiente información y debate respecto de los objetivos y efectos esperables del Acuerdo no son casuales. Por el contrario, traslucen la postura con la que la administración lleva adelante su política exterior desde 2015. Se trata de una visión cándida respecto de las ventajas de la apertura económica internacional, que tiende a sobrevalorar la gestualidad y desconoce los focos de preocupación respecto de sus consecuencias y efectos concretos.

Aunque conocemos la premisa de “volver al mundo”, martillada desde finales de 2015, todo se vuelve difuso respecto de la estrategia elegida, y decididamente oscuro sobre sus ventajas y beneficios concretos.

El emocionado canciller argentino, Jorge Faurie, festejó la firma del Acuerdo como un hito histórico en sí mismo. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿acaso los anteriores gobiernos no desearon ese logro?, ¿o es que rechazaron alcanzarlo a cualquier precio? De nuevo: las diferencias entre firmar un acuerdo y firmar un buen acuerdo se esconde en los detalles.

Asimetrías y concesiones. El Mercosur y la UE son bloques con marcadas diferencias de desarrollo relativo. Unos pocos indicadores económicos evidencian las asimetrías existentes en materia de tamaño, especialización, desarrollo económico, productividad y capacidades tecnológicas.

La UE representa un tercio del comercio mundial, veinte veces el tamaño del Mercosur y posee una marcada especialización en productos industriales (76% de sus exportaciones), que contrasta con la relevancia de los bienes primarios en el caso del Mercosur (78% del total).

Las diferencias no son solo de tamaño y especialización, sino también de productividad y capacidad tecnológica. Por dar un ejemplo, el producto por habitante de Alemania triplica al de Argentina y sus inversiones en investigación y desarrollo (I+D) medidas como proporción del PBI son 5,7 veces mayores.

Bajo este esquema el bloque europeo se ha provisto históricamente de materias primas indispensables para la fabricación de productos de mayor elaboración, abasteciendo luego al socio con productos industriales y agroindustriales. Cabe preguntarse ¿por qué dejaría de hacerlo, tan gentilmente y con tanto entusiasmo?

Los términos del Acuerdo tal como se conocen hasta el momento cargan los mayores esfuerzos sobre el bloque más débil. Dados los mayores aranceles de partida que presenta el Mercosur, el éxito de la UE para aislar un conjunto de productos de interés y la incidencia de mecanismo de protección no tradicionales como la Política Agrícola Común Europea, los esfuerzos de liberalización serán mayores para el bloque sudamericano y solo se verán parcialmente compensados por los plazos establecidos.

Por fuera del comercio de bienes, dadas sus exigencias, el Acuerdo establece además, límites claros a la aplicación de instrumentos de política necesarios en el marco de una estrategia de desarrollo y diversificación productiva (compras públicas, desarrollo de proveedores de empresas estatales, regulación de propiedad intelectual, etc.).

Sin cambios, este acuerdo convalidará lo que tantos funcionarios y políticos trataron de eludir en la región: la cruda lógica de potencias que “patean la escalera” por la que ascendieron, privando al resto de seguir un camino al desarrollo que cuida el empleo y la producción local como parte de una estrategia sostenible.

Futuro incierto. Tras 25 años y grandes vaivenes en las negociaciones, el Acuerdo de Asociación Estratégica entre el Mercosur y la UE deberá ahora ser validado por los Parlamentos.

Argentina y el Mercosur necesitan avanzar en nuevos acuerdos que le permitan superar años de parálisis. No obstante, la delicada situación externa de la economía nacional y su vulnerabilidad asociada a la insuficiencia de divisas exige que dichos acuerdos sean negociados de forma inteligente a fin de garantizar un crecimiento de las exportaciones y una mejora de las capacidades productivas.

Lejos de satisfacer estas necesidades, los términos del actual Acuerdo incrementan las amenazas de primarización y desindustrialización, en una decisión que implicó la resignación de posiciones y avances alcanzados a lo largo de 20 años de intensa negociación.

El gobierno argentino, paradójicamente blindado tras un discurso de “modernidad” al defender el Acuerdo, parece ignorar los cambios ocurridos en el plano internacional en los últimos años. La principal potencia económica mundial, Estados Unidos, fundadora del “orden liberal”, giró su estrategia comercial externa, renegoció el Tlcan, inició una guerra comercial con China y frenó dos grandes acuerdos de libre comercio con el Transpacífico y con la propia UE, en vistas de la defensa de sus propios intereses.

Hoy, la modernidad consiste en asumir que los acuerdos de libre comercio no son necesariamente favorables, y que malas negociaciones pueden generar malos resultados en términos de empleo, desarrollo productivo, elusión impositiva y exacerbación de las diferencias distributivas.

Bajo esa nueva lupa tendremos que seguir los pasos que comenzaron a dar la UE y el Mercosur desde la Cumbre del G20 de Osaka.

 

*Presidente de la Fundación Embajada Abierta.