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A la generala

Si el momento histórico y el lugar engendran sus criaturas a su imagen y semejanza, Nilda Garré podría perfectamente haber sido Camila O’Gormann, fusilada por haber defendido su libertad de amar al fraile Ladislao Gutiérrez en 1836.

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Si el momento histórico y el lugar engendran sus criaturas a su imagen y semejanza, Nilda Garré podría perfectamente haber sido Camila O’Gormann, fusilada por haber defendido su libertad de amar al fraile Ladislao Gutiérrez en 1836, o la misma abuela de Camila, la Perichona, nuestra Mata Hari criolla, quien tuvo sus escarceos con Liniers (desde Montevideo, el gobernador Francisco Javier Elío le escribió a su rival: “… cuide su conducta licenciosa, que su casa tiene techo de vidrio”).
Podría haber sido Encarnación Ezcurra, definitiva en la llamada Revolución de los Restauradores, que dio por tierra con el gobierno de Balcarce y preparó el ascenso de Rosas al poder, o algunas de las mujeres beligerantes que con su lucha ladearon al país, como Teresa Lanteri, que solicitó su empadronamiento y se convirtió en la primera sufragista sudamericana por haber votado en las elecciones para la renovación del Concejo Deliberante de Buenos Aires en 1911.
En cambio, el momento histórico y el lugar hicieron que le tocara ser Nilda Celia Garré. Hija de un diputado provincial peronista en 1955, ella misma lo fue en 1973, la diputada nacional más joven de la historia, después de que escuchara la voz bienhechora de Héctor Cámpora cuando la invitó a ocupar un asiento en el chárter que desde Roma iba a traer al General Perón luego de 17 años de exilio. Colaboró con Emilio Mignone y Augusto Conte cuando en los socavones de la militancia setentista se cantaba “cielito y cielo enlutado”. Volvió a ser diputada, desempeñó cargos ejecutivos y fue embajadora en Venezuela.
La misma mujer que –imperturbable– se pintaba los labios de memoria mientras sobre ella volaban sillas descerrajadas por un cierre de listas sobre la hora, es la que lloró sin consuelo en una villa periférica porque en el lugar que visitaba, algo más grande que un placard, la única vanidad era un cuadro de Evita Capitana colgando chueco de la pared. La que mandó al Hospital Militar por razones de mejor servicio a un general demasiado lenguaraz para su gusto, es la misma que condujo a su marido, el abogado Juan Manuel Abal Medina, a la Embajada de México en el Barrio de Belgrano, en plena dictadura militar, residencia donde lo metió de prepo y en la que pasó sin ella los siguientes seis años. La que los sitios tahúres de Internet llaman “la pasante” del Ministerio de Defensa, o “la jubilada”, es la que mareaba a los cumpas cuando giraba de babor a estribor en los 70. El inolvidable Negro Ocampo supo decir una vez: “La cárcel de Devoto se transformaba en el Tabarís cada vez que cerraba los ojos y pensaba en Nilda”.
Nilda, capaz de enterrar sus tacos en el barro vestida impecablemente con trajecito color verde esmeralda con canutillos y strass en composé parpadeando bajo una débil luz de almacén suburbano, con el compromiso de encontrar la verdad, como pedía Eva, renunció a la Secretaría Ejecutiva de la Unidad Especial de Investigaciones del atentado a la AMIA cuando sintió que la utopía que le da las fuerzas ya no podía ser el relato del futuro. Pero el país no está como para tomarse vacaciones, como suele decir, y entonces retorna impenitentemente a su faena de llegar a la oficina con una bolsa de nailon llena de diarios con frases subrayadas y migas de tostadas de pan de centeno.
Ojos azules, ojos de cielo, hubiese usado el poncho federal en 1840, hubiese sido peronista del ’45, como su padre, “cuando el que te dije salía al balcón”, fue de los que soñaron tomar el cielo por asalto, amiga de sus amigos, serena como una flor solitaria sobre un estanque cuando vienen degollando, y furibunda como un tifón en mitad de esas calmas que presagian la tormenta, lectora maratónica y maniática, memoriosa como el Funes borgiano, adicta a los apuntes al margen del libro bajo lectura (por lo que no conviene prestarle ninguno, y mejor es regalárselo directamente), insomne y tanguera de ley. Nilda Celia Garré.
Dicen que en sus comienzos, el tango era una música para bailar entre varones. Encandila que la política sea un baile entre mujeres. Se va a poner lindo, muñeca y brava.

*Ex canciller y ex diputado nacional.