Espero que alguna vez, no dentro de mucho tiempo así tengo posibilidad de verlo y saborearlo, le den el Premio Nobel de Física (astrofísica en realidad) a Juan Martín Maldacena. De paso, me ofende que haya compatriotas que no saben de quién se trata cuando lo nombro. También me ofendió en su momento una entrevista que le hicieron por TV en la cual una rubita muy bonita y muy ignorante lo tuteaba y le preguntaba pavadas. No me ofende que haya públicos distintos para temas distintos, pero me hace reflexionar sobre nuestros programas de educación el que se le dé más importancia a una chica que no es nada ni hace nada salvo haberse casado dos veces con futbolistas que a un tipo brillante que está tratando de encontrar una solución total al principio del universo, trayendo en el mismo plano a Newton y a Einstein y haciéndonos reflexionar sobre la existencia o la no existencia de Dios. Y sí, pretendo que haya más gente que se asome a la teoría de la cuerdas que a los chismes de rubias insustanciales que cuentan sus hazañas eróticas por tv. ¿Que no estoy bien parada en el ámbito de la realidad? Pero vamos, en primer lugar habría que delimitar la realidad y en segundo, tercer, cuarto etcétera lugares habría que hacer examen colectivo de conciencia y ver dónde, cuándo y cómo empezamos como especie a meter la pata hasta la incordiera. De allí deriva no sé si todo nuestro problema pero sí sé que gran parte de nuestras desdichas. Si no nos importa el otro, si desconocemos su humanidad, sus deseos, sus temores, sus lágrimas, sus preocupaciones, terminamos, ¿sabe usted dónde, querida señora? Yo se lo digo, no porque yo tenga autoridad para marcarle rumbos en la vida sino porque tengo, precisamente, conciencia de mis limitaciones. Terminamos en la guerra a la que llegamos vía la ignorancia, el desprecio por los que saben, la frivolidad haciéndole sombra a la hermandad con el otro, con el que es igual a nosotros, el que es más, el que es menos, el que nos pertenece y al que pertenecemos.