Hace unos días viajaba de pie y arracimado en uno de esos transportes públicos que sueltan un humo hediondo cada vez que arrancan, huelen a cinta quemada cuando frenan, y cuyos boletos (truchos) expende en la parada un falso inspector, cuando llamó mi atención un diálogo entre un chico y su padre. El chico tenía los pocos años que se requieren para mirar con interés el paisaje que corría del otro lado de la ventanilla: la pobreza que crece, las veredas rotas, los árboles desgajados, la mugre como industria, los carteles que proliferan por la ciudad con caras sonrientes y dientes teñidos de blanco por dentistas sofisticados o por artistas del Photoshop.
—Papá –dijo el chico–, ¿qué quiere decir ese cartel, es negro y con un triangulito acostado? Ese de Pe-ere-o…
—El mundo, hijo mío, se concibe bajo la forma de operaciones retóricas simples o complejas –dijo el padre–. Por ejemplo: cuando alguien dice “rati” a un policía, no procede así por desdén, no quiere afirmar que en todo policía hay una rata, sino que, recurriendo a una mecánica lunfarda de inversión silábica, invierte “tira” que, a su vez, es un sinécdoque, tropo o figura retórica del que abusan los poetas y por el cual mencionamos una parte para representar el todo. “Tira” sería “policía”, por esas tiritas que determinan la gradación jerárquica del uniformado. Así, el PRO, que es un partido de derecha que triunfó en la capital garantizando que combatiría la inseguridad fruto de la delincuencia nacida de la pobreza que nadie busca combatir, ilustra su idea de eficacia de gestión con un triangulito que representa el botón de “play”, en inglés “anda” o “funciona”, y que se usa en grabadores y equipos.
—¿Y quién es la candidata del PRO, papá? ¿Un equipo de música?
—Una señora, Gabriela Michetti, que se traslada en silla de ruedas a una velocidad notable, hijo.
—Lo raro, papi, es que no hayan puesto un cartel con una silla de ruedas alada. ¿Pero por qué si es una señora en los carteles que dice Michetti hay un señor de bigotes?
—Ahí tengo una certeza y una duda, hijito. Ese señor se llama Mauricio y es el referente político de la señora, así que su cara puesta donde se anota el apellido de la señora vendría a representar su apoyo. Pero por otra parte, a veces Mauricio se disfraza de Freddie Mercury, un famoso ícono gay…
—¿Ese no es un candidato de otro partido?
—No, de un Acuerdo Cívico, que propone “un cambio seguro”, para disputar votos al PRO y tentar a votantes radicales, esperando que confundan a la sombra de un ex presidente extinto con la entintada versión de su hijo del mismo nombre.
—¿Y por qué proponen ese “cambio seguro”, pa?
—Para que la gente olvide que formaron parte de la Alianza, mi niño.
—¿Y ese cartel es de una organización ecológica?
—No, mi capullito. A ese señor canoso, que filmaba películas con mucho humo, le dicen “Pino”, y por eso él, que se propone a la vez como un defensor de la industria y de la ecología, afirma que se planta como esas hectáreas y hectáreas de árboles que el Uruguay sembró para utilizar en la papelera de Botnia y que seguramente están secando las napas del costado uruguayo.
—Tiendo a pensar, papi, que en la política argentina priman los aspectos contradictorios.
—¿Lo decís porque el ex menemista Scioli ahora es kirchnerista, porque Kirchner fue cavallista y ahora es setentista y su candidato en capital es un banquero cooperativo comunista, porque la campaña del Partido Obrero la hacen estudiantes universitarios, porque el Partido Socialista anuncia planes pero no los enuncia, porque una milenarista devota del Apocalipsis es la figura racional de…?
—No, papi, es que no entiendo por qué alguien que quiere ser tomado en serio acepta ir a un programa cómico a que le peguen los payasos, se le ría en la cara el conductor, y él mismo acepte la burla de parecer el fantasma apocado de su propio doble…
—La verdad, hijo… ¿Por qué no seguís mirando por la ventanilla?
* Periodista y escritor.