Juan Martín Del Potro, el campeón del US Open 2009, el que nos metió en la final de la Davis de 2008, el número cuatro del ranking mundial, está de vuelta. Sí, a pesar de su derrota ante Rafael Nadal, el número uno del mundo, por 6-4 y 6-4 en las semifinales del Masters 1000 de Indian Wells, en un partido que fue indebidamente presentado como una prueba de fuego para saber fehacientemente dónde estaba parado.
Antes del traspié frente al español, antes de derrotar a fulanos de la talla de Ljubicic, Dolgopolov o Kohlschreiber en este peculiar manchón verde en medio del desierto de Arizona, Del Potro ya había dejado en claro dónde estaba parado. Es más, antes siquiera de tomarse el avión a Indian Wells, ya lo había hecho.
Habida cuenta de que ni el mismísimo tenista pudo explicar qué fue lo exactamente sucedió una vez que se repuso de su problema en la muñeca derecha –fueron varios los meses que pasaron desde que estuvo en condiciones clínicas de jugar hasta que, efectivamente, volvió a meterse de lleno en el circuito; seguramente condicionado por una importante falta de confianza–, la campaña que Juan Martín realizó en la primera parte de la temporada norteamericana de invierno en canchas duras alcanzó y sobró para devolverle definitivamente el carnet de tenista top del circuito.
Enmarañados como estamos en una lógica triunfalista que no sólo no justifica ni un poco lo que pasa –salvo el vaivén estadístico, claro– sino que establece tantos parámetros de exigencia como personas prestan atención a la campaña de un deportista, es candorosamente comprensible que, apoltronados en un sofá de dos plazas delante de un led de alta definición, pongamos rótulo a cada paso que viene dando Del Potro en 2011. Y califiquemos como menor lo hecho en el torneo de Delray Beach porque allí no jugó Federer o porque los dólares repartidos no eran tantos como los de Key Biscayne o Wimbledon. El “no le ganó a nadie” es un sello típicamente nuestro. Paradójico para una sociedad que, en los rubros saludables que caracterizan a un país, justamente, “no suele ganarle a nadie”.
Sin embargo, fue justamente en ese febrero estadounidense que quedó claro que Del Potro se volvió a subir al tren. Con apenas 22 años, con un Grand Slam en el bolso y con un elemento intangible de altísimo valor: ya sabe lo que es estar, no sólo parado casi un año por una operación, sino relativamente cerca de sentir que aquello para lo que evidentemente nació –ser campeón de tenis– ya no era parte de su vida.
A los amigos no hace falta explicarles demasiado porque tengo toda la sensación de que el fenómeno de Tandil dejó aquel sofocón en el pasado casi como un prolongado after office. Vayamos, entonces, por algunos datos que ayuden a convencer a los que creen que la raza humana se divide entre los que tienen saldo positivo y los que tienen saldo negativo (flor de quilombo ubicar a Japón en este escenario por estos días, ¿no?).
En lo que va de la temporada y antes de llegar a Indian Wells, Del Potro llevaba 13 partidos ganados y cuatro perdidos a nivel de ATP. ¿Qué significa esto? Algo tan valioso como que son valores sólo igualados o superados por jugadores líderes como Nadal, Federer, Djokovic, Soderling, pesos pesados como Almagro, Wawrinka, Ferrer o el propio Roddick o emergentes inesperados como Milos Raonic. Es decir que, hasta hace dos semanas, Del Potro ya era uno de los diez mejores jugadores del año en la ecuación entre ganador y perdidos. Y enfatizo que se trata de nivel de ATP (Grand Slams, Masters 1000 o torneos de 500 o 250 puntos para el campeón) porque probablemente aparezcan algunos con valores semejantes a nivel de Challengers o Futures. Y ese es otro deporte –muy inferior– dentro del tenis mismo.
Claro que, concluida esta semana, Del Potro quedará con 18 victorias y sólo cinco derrotas. Por cuanto varios de los mencionados arriba ya hasta quedarán por debajo del tandilense en el rubro.
Un par de elementos más como para acompañar el concepto. Luego de perder en segunda rueda en los dos torneos que jugó en Australia, alcanzó tres semifinles (San José, Memphis y la de ayer) y un título (Delray Beach). Todo en apenas un mes y medio. Un nivel de eficacia e intensidad muy difícil de sostener en un circuito tan exigente y desgastante como el actual. Poco importa, inclusive, que gracias a ese mes y medio, Del Potro haya avanzado más de 400 puestos en el ranking mundial: en la clasificación de mañana, Juan aparecerá merodeando el puesto 55; su ubicación en la lista del lunes 7 de febrero de este mismo año lo encontraba en el puesto 484º.
A la par del concepto inicial –Del Potro no necesitaba ganarle a Nadal para explicarle al mundo que ya está de vuelta en zona– emergen algunas cuestiones interesantes y/o coyunturales.
Entre las interesantes, la que más me impresiona es verlo ganar varios partidos pese a no aparentar ser demasiado superior al rival. Con menos tiros ganadores que antes del parate, a veces con escasa influencia de su saque, Juan Martín sigue creciendo como estratega y tiene el privilegio de “saber ganar partidos”, concepto que explica por qué alguien es capaz de ganar un encuentro aun en los malos días.
Entre lo coyuntural, surge el partido ante Nadal en sí. En este caso, fue el español quien “supo ganar el partido”. En el primer set, Del Potro llegó a estar 4 a 1 y buscando algo más de soltura ante un rival absolutamente desafinado. Ganó Nadal 6 a 4. En el segundo, Del Potro tuvo ventajas para irse a la silla, nuevamente, 4 a 1. El marcador, sin embargo, indicó 3 a 2 para Nadal, más el saque.
Probablemente faltó un poco de decisión para pegar más duro en esos tramos críticos del partido, salirse un poco de una estrategia de juego por el centro para evitar el desborde de ángulos del español. Pero, por encima de todo, el gran problema es que, enfrente, estuvo Nadal.
Quizá Juan Martín no esté listo aun para ir al abordaje de Nadal, Federer y Djokovic. Tal vez, el cuerpo y la cabeza hasta le pasen alguna factura cuando dentro de menos de una semana esté ya en marcha en Key Biscayne.
Pero verlo jugar o hacer números, volver a disfrutar de su tenis desde la estética o desde lo estadístico, representa una gran noticia que muy pocos podían imaginar que se iba a cruzar en nuestra agenda en marzo de 2011.