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A propósito de una carta

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

La Ley de Residencia, de 1902, promovió la expulsión de la Argentina de los “extranjeros indeseables”. La inspiró Miguel Cané, referente destacado de la generación del 80 (y además, para mí, por así decir, un compañero de colegio). Los que se sentían, y en cierto modo eran, propietarios del país dictaminaban qué clase de inmigración se admitiría y qué clase de inmigración se repelería. Las ideologías políticas, por supuesto, lo decidían todo; porque si algo se estaba queriendo desalojar eran las luchas en favor de los explotados. Los explotadores preservaban así su irrevocable condición de tales.

La figura del extranjero indeseable, tal como fue acuñada en ese contexto, admite ser considerada también bajo una lógica de orden inverso: a todo “indeseable” se lo convierte en un extranjero, en un ajeno, en un intruso, pasible entonces de verse expulsado, merecedor de tal expulsión. El que se siente más y mejor argentino que otros lo manda a alguna parte, lo saca de “su” país. En la ideología, como siempre, está la clave; ahí radica lo que no se desea y es por eso que un rotundo fervor expulsivo se erige y se aplica.

Se entiende que quien asume una determinada convicción política lo que quiere es que sus ideas se implementen en su país (no es un gustito personal que quiere darse, es un modelo de sociedad que prefiere y por ende promueve). Es absurdo, por lo tanto, remitirlo sin más, como se estila hoy en día, a algún otro país del mundo en el que se supone (el prepotente expulsor supone) que tal modelo ya existe, que ya se implementó, que ya funciona. Se comprende solamente como gesto de intolerancia, como voluntad de eliminar a todo aquel cuyas ideas políticas resulten “indeseables”. ¿Por qué alguien con un cierto pensamiento podría quedarse en la Argentina y procurar que sus ideas prosperen y se concreticen, y otros en cambio deberían irse a tal país o a tal otro o a tal otro, sometidos a las fantasías de destierro de los custodios de las tranqueras de la patria?

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No sorprende que tales discursos aparezcan con frecuencia en este tiempo, que es un tiempo en el que las violencias verbales notoriamente arrecian. Más extraño y preocupante es que un bisemanario que propende al pluralismo reproduzca una formulación de esa índole, así sea en su sección de Correo de Lectores, sin reparos ni objeciones, más bien con el aval de un asentimiento implícito.