COLUMNISTAS

A quién le habla Cristina

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A quien le habla Cristina no es a Scioli ni a Massa. O no es esencialmente a ellos, sino que además le habla al post kirchnerismo. Cristina le habla al futuro, y en el futuro sólo está el pueblo, el único sujeto político permanente.
Su último discurso –el del jueves, en el que invitó a desconfiar de “los que quieren quedar bien con todo el mundo y tener un millón de amigos”– llamó más la atención por tener a Scioli sentado al lado y estar a sólo una semana de la presumible definición de la candidatura de Sergio Massa. Pero ya en el discurso del 25 de Mayo en la Plaza había iniciado este diálogo con el más allá de 2015.

Fuera Scioli, Massa, De la Sota, Macri, Capitanich (especulan que después de octubre Cristina podría nombrarlo ministro de Economía con poder real para que en 2015 sea lo que fue Dilma para Lula) u otro post kirchnerista, la cuestión de fondo para la Presidenta es el modelo y la supuesta necesidad de un carácter firme y también agresivo para continuarlo.

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Cristina anticipó su crítica a los tibios en su discurso del 25 de Mayo cuando dijo que ella y su marido fueron, después de Perón y Evita, “las dos personas más difamadas, atacadas, ultrajadas y descalificadas de toda nuestra historia”, que esto pasa siempre cuando “se afectan intereses defendiendo a los sectores más vulnerables” y que “estas medidas que trajeron felicidad al pueblo no fueron medidas fáciles para el Gobierno” porque “por cada medida, un ataque”.

Y concluyó con que “es necesario empoderar al pueblo de estas conquistas para que ya nunca nadie más pueda arrebatárselas”, porque cuando “hablan del fin del ciclo en realidad a lo que se están refiriendo es a que cuando yo me vaya se va a acabar todo lo que hemos conquistado en esta década ganada. Tenemos los argentinos el deber de no depender de una persona, de empoderarnos nosotros mismos de esas conquistas y de esos derechos y de organizarnos para defenderlos”.

Muchos de quienes comparten con la Presidenta la visión de que la función de la política es mejorar la calidad de vida de la mayoría de los habitantes pueden no coincidir con que este modelo sea la forma de lograrlo, y mucho menos de lograrlo de manera sustentable.

Cuando el kirchnerismo se queja de que quienes hablan del atraso cambiario están pidiendo devaluación, invierte el orden de los factores transformando consecuencia en causa. El atraso cambiario lo produce la inflación, y la inflación la produce la política económica del Gobierno. Lo mismo sucede con las mejoras económicas que Cristina teme que se pierdan en un cambio de ciclo. Si hubiera cambio de ciclo, sería porque esas mejoras ya se estarían diluyendo por la propia política económica que no sirvió para consolidar esos beneficios, y la sociedad votaría por otros candidatos que garantizaran mejor la ampliación de esos beneficios. Si no, ganaría el kirchnerismo.

Quienes pretendan suceder a Cristina Kirchner en la presidencia tendrán que aspirar a formas superadoras de la asignación universal por hijo y de los planes de ayuda en general a los que se refirió la Presidenta, quien citó –con razón– aquello de “donde hay una necesidad hay un derecho”.

Quizás otro modelo económico pueda producir mayor desarrollo haciendo que haya menos necesidades, por la creación de empleos genuinos, productivos y competitivos utilizando, por ejemplo, la inversión como polea del crecimiento, haciendo que mejoren los ingresos reales de la gente aun con menores subsidios.

¿Por qué el único modelo de crear progreso y mejorar la calidad de vida de la población debe ser uno que por aumentar el consumo presente desatienda todas las otras áreas importantes de la economía? Más aún cuando la historia muestra que los modelos inflacionarios que sólo prestaron atención a maximizar el aumento del consumo presente –siempre exitoso al comienzo cuando existe un stock de capital acumulado u oportunidades que permitan recrearlo– terminaron destruyendo las propias mejoras que produjeron al no invertir en generar las condiciones de posibilidad futura de sustentación de esas mejoras.

Estuve esta semana en Brasil, en el funeral de Roberto Civita, el mayor editor iberoamericano de todos los tiempos, sobre quien escribiré mañana, y entre los allí presentes –ex presidentes, candidatos a serlo y ex ministros de Economía– encontré una mirada común sobre lo que para ellos es la falta de desarrollo en la Argentina.

Y se lo podría sintetizar en una metáfora: hay gobiernos que plantan árboles y no llegan a recolectar sus frutos, gobiernos que recogen sus frutos y al mismo tiempo plantan árboles para sus sucesores, gobiernos que sólo recogen frutos sin plantar árboles y gobiernos que, además de los frutos, cortan los árboles para usarlos como combustible.

Siempre quedará la discusión sobre qué se considera árbol y qué fruto, algo que también se modifica como concepto en distintas épocas por los cambios tecnológicos. Pero lo que resulta equivocado desde su lógica misma es creer que existe un solo modelo que le dará felicidad al pueblo. Ese mismo error lleva a creer que quienes critican a los únicos que pueden producir felicidad al pueblo están en contra de la felicidad del pueblo.

Psicológicamente se lo puede explicar como celos del líder por el amor de su pueblo (su único heredero, según Perón) cuando percibe que otros comienzan a probarse la ropa que va a dejar: “Sólo a mí, quiéranme sólo a mí.”