Los sucesos de la última semana me recuerdan una importante consigna de los sandinistas durante su gobierno en Nicaragua: “De la frontera/ no pasarán”. Estaban tan determinados a que los “contras” no pisaran su territorio, que durante unas maniobras norteamericanas espurias en la frontera con Honduras, intelectuales de la talla de Julio Cortázar, Claribel Alegría y Bud Flakoll se instalaron como escudos humanos, del lado nica, por supuesto. Era el principio de los 80, las revoluciones eran otras muy distintas. Hoy casi nadie apoya a las FARC, el terrorismo conmueve al mundo y es la palabra maldita más temida. Pero no es excusa alguna para violar la frontera de un país hermano. Al contrario, la violación de fronteras aparece sospechosamente como un acto terrorista, terrorismo de Estado para colmo. Y hay un agravante que mueve aún más a la sospecha y la inquietud: en medio de gestiones de negociación, es asesinado mientras duerme el negociador del otro bando. Se entiende plenamente la indignación del presidente Correa, y la amenaza de guerra que por suerte ha sido desactivada.
Pero no soy una analista política, tan sólo una escritora, y mi activismo se limita a firmar la nota de repudio internacional por la agresión de Colombia a territorio ecuatoriano que circula entre los artistas, intelectuales y trabajadores de la cultura, puesto que, como bien aclara el texto, la paz en Colombia y en América latina es una necesidad indispensable para el desarrollo independiente de nuestros pueblos.
Y me quedo pensando en las fronteras, lugar fascinante si lo hay para el artista, porque es el punto de contacto entre dos mundos diversos por los que una quisiera transitar libremente. Transitar, sí, pero no violar. Al fin y al cabo los EE.UU. son tan celosos de la suya que han montado un muro de miles de kilómetros para separarse de México. Y no hablemos de los muros invisibles que en Europa se yerguen contra los pobres africanos que buscan asilo. Como bien dice Carlos Fuentes, vivimos en un mundo donde los bienes pueden transitar libremente, pero los seres humanos no.
Sólo los indios Yaqui pueden pasar sin necesidad de permiso alguno entre esos dos universos tan disímiles que son el estado de Sonora y los de Arizona o Nuevo México, porque el chaparral es su territorio desde siempre. De las otras fronteras que los indios saben cruzar con todo respeto entre lo sagrado y lo profano, también quisiera escribir hoy, pero se acaba el espacio asignado, así que vamos a al corte.