COLUMNISTAS
cristina y clarin

Adecuación mutua

¿Quién se adaptará primero, el kirchnerismo derrotado en las urnas o el grupo mediático castigado en la Corte?

En bajadora Nilda Garré
| DIBUJO: PABLO TEMES

ELa reacción falsamente escandalizada de Nilda Garré ofendió a la prestigiosa Comisión Interamericana de Derechos Humanos. En su carta abierta aseguró que la OEA es capaz de recibir a un grupo de periodistas mentirosos que se victimizan, y que son operadores de los monopolios y las corporaciones. ¿Cómo se puede subestimar así a la CIDH? ¿Creerá la doctora Garré que los integrantes de la comisión son tontos que reciben a cualquiera? ¿Ignora que es la primera vez en democracia que aceptan abrir una audiencia ante la seriedad y gravedad de los hechos que los periodistas denunciamos? Es penoso que quien alguna vez padeció persecuciones, ahora por defender su quintita de poder se niegue a ver y se convierta en cómplice de ataques tan evidentes: los escraches y la violencia callejera y mussoliniana, los juicios en plaza pública y los afiches para ser escupidos por los niños, la ofensiva para fundir a los medios con la utilización como premio y látigo de la pauta publicitaria de los dineros públicos y extorsionando a empresarios privados para que repitan su actitud punitiva o la estigmatización cotidiana del aparato estatal de propaganda contra todo periodista que no se arrodille ante el altar de Cristina Eterna. Tal vez la doctora Garré, lugarteniente todo terreno de Horacio Verbitsky, tenga asegurado su porvenir con una jubilación de privilegio que denunció Gustavo Béliz en su momento y que nunca terminó de esclarecerse.

Pero si la discusión es política y no de corrupción, hay que recordar que Garré estuvo siempre en los peores lugares. Recibió la primavera democrática en 1973, poco democráticamente, “con el fusil en la mano y Evita en el corazón”. Tuvo estómago suficiente para beneficiarse económicamente durante el menemismo con el otorgamiento del Registro Automotor 57 y después de la renuncia de Chacho Alvarez por el escándalo de las coimas y la Banelco en el Senado fue viceministra del Interior (la cartera política) de Fernando de la Rúa. Con Néstor Kirchner pareció ser la embajadora de Hugo Chávez en la Argentina, aunque formalmente era lo contrario. Y lo más grave todavía para una pretendida progre: fue la impulsora de la Ley Antiterrorista, el Proyecto X y el ascenso meteórico del general César Milani, todos asuntos denunciados por su peligrosa derechización por los organismos de derechos humanos no cooptados por el oficialismo.

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No se trata de la era del bronce de las religiones agrarias de la milenaria China. Pero en pocas horas asistimos asombrados al ying y el yang de Cristina. A esa dualidad que siempre existe en el universo de la política, a esas fuerzas opuestas que simultáneamente se complementan entre si.
De elecciones que fueron una paliza electoral para el cristinismo y de una Ley de Medios que de inmediato les dio una nueva plataforma de relanzamiento del proyecto. La oscuridad de las urnas que castigaron a la Presidenta, que dilapidó 4 millones y medio de votos en dos años, y la luz de un fallo sobre constitucionalidad que resucitó las viejas consignas para quebrar al íntimo enemigo inventado: el Grupo Clarín.
Nadie puede dar nada por hecho en la Argentina. Nadie se muere políticamente en las vísperas. Para el taoísmo “nada existe en estado puro ni es absoluto”. Y vale esa dialéctica psicoanalítica del amo y del esclavo, donde ambos se necesitan para explicarse: la derrota electoral y el triunfo judicial. Ambas verdades conviven por ahora y el fiel de la balanza está congelado hasta nuevo aviso. Todo depende, como siempre, de los aciertos o errores de Cristina de aquí en más. De su regreso triunfal enarbolando la cabeza de Clarín en una pica o de la multiplicación de sus torpezas y caprichos. Adecuar es el nuevo verbo. ¿Se adecuará Clarín y venderá alguno de sus medios más emblemáticos o Cristina se adecuará al nuevo tiempo de un futuro sin reelección y con fuertes rebeliones en su propia granja y en la que muchos ya emigraron hacia Sergio Massa?
La noticia más terrible y demoledora vino de las urnas. La soberanía popular, hace apenas 120 horas, había castigado duramente a la presidenta Cristina y sus listas del Frente para la Victoria. De aquellos 12 millones de votos (54%) del 2011 habían caído a los 7 millones y medio, muchos perdidos en el otrora inexpugnable Conurbano. Y como si esto fuera poco se quedó sin posibilidad alguna de intentar la reelección eterna, puso en duda su capacidad para bendecir con su dedo a su heredero.

Encima, los problemas de salud la obligaron a recluirse en la quinta de Olivos y a dejar por un rato el bastón de mando. Pero esto no es Suiza. Lo que parecía inevitable y definitivo, resurgió de sus cenizas. Ya habían empezado a pasarse viejas facturas entre Insaurralde y Mariotto y entre varios ministros. Empezaba a crujir el cristinismo en su atomización de por lo menos tres gobernadores aspirantes a la corona: Daniel Scioli, Sergio Uribarri y Jorge Capitanich.

Pero en lo que dura el aleteo de una mariposa, un volantazo de la Corte Suprema de Justicia encendió las luces nuevamente y le dio a quienes estaban abatidos en pleno repliegue táctico una bandera para que pudieran refundarse. Volvieron las sonrisas, los dedos en vé y hasta la épica del “vamos por todo” cuando horas antes habían caído en la etapa del “salvemos lo que podamos”.

La declaración de constitucionalidad de la Ley de Medios, además de un instrumento legal, es un capital simbólico alrededor del cual el cristinismo volvió a agruparse. Habían pasado pocas horas de la estampida y por lo tanto nadie se había ido demasiado lejos. Regresaron enseguida al eje de su vida, a su razón de ser: mantener el poder y quebrar a Clarín como dos aspectos de la misma utopía.

Resurgieron las viejas consignas a las que se les había mojado la pólvora, “Clarín miente” o “Qué te pasa, estás nervioso”. Criaturas que había parido Kirchner. La gran incógnita es cómo seguirá esta película. ¿Qué pesará más en el ánimo de los ciudadanos? ¿Una fuerza que dilapidó el 35% de su caudal electoral en dos años y se quedó sin posibilidad de presentar en elecciones a su única carta ganadora y líder carismática? ¿O la posibilidad de avanzar a paso redoblado sobre la caja para intentar quebrar al mayor fantasma que inventaron?
Hoy el bien y el mal conviven por igual. Al Gobierno le pasó lo mejor y lo peor que le podía pasar. Son dos caras de una misma moneda que volvió a saltar por el aire.