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defunciones

Adjetivos, sustantivos

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¿Cómo se le pone nombre a un partido? En cada campaña nos vuelve a aparecer en grafitis, en engrudo, una variación indescifrable de lo mismo: es la misma repetición electoralista de siempre pero remachada de novedad, como si la elección –siguiendo el sinuoso camino del arte contemporáneo– debiera apelar a la originalidad, incluso por encima de la memoria o la razón. No tengo nada en contra de recriminar a las estructuras de los partidos clásicos la responsabilidad de no haber cambiado nada para mejor. Pero en esta elección impresiona el pastiche lexicográfico: hay que nombrar mil partidos nuevos sobre ideas bastante viejas. En esta génesis léxica imaginaria, los partidos tradicionales serían sustantivos macizos (peronismo, radicalismo, socialismo) que se han ido modificando por adjetivos (auténtico, obrero, nacional), para luego afectarse de modificadores indirectos (de los trabajadores, para la victoria, al socialismo) hasta estallar –en aras del impacto– en el delirio de los verbos: el caso extremo es el UNEN, obligado a tematizar en su propio eslogan el asunto: sí, estamos juntando opuestos para tratar de meter una poquita gente en el Congreso.

Sin juzgar aún contenidos ni propuestas, miro afiches tratando de deducir de sus pequeños detalles quiénes son, de dónde se escinden, a quién darán sus votos finalmente. Coalición Cívica, Marea Popular, Camino Popular, Aluvión Ciudadano parecen más bien fantasías como Fuerza Bruta, títulos de marca, de registro en la Propiedad Intelectual, productos forzosos de la ficción a la que empujan las restricciones del sistema electoral que se autodenomina democrático, suponiendo que democracia es la desaparición del pequeño matiz –punzante y sempiterno– del sustantivo con el que se resumió un sistema de ideologías. Liberalismo, anarquismo, comunismo, radicalismo son todas cosas del pasado, productos poco vistos en las góndolas, y además ya registrados a nombre de otros, ya difuntos.

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