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Adrenalina

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No se priva de nada. En sus discursos, como en sus prolijas presentaciones en juzgados como escenarios políticos, es un tipo al que se le puede creer todo. No oculta nada ni se esconde; es la versión más completa de lo que puede llamarse una expresión cabal de la derecha recalcitrante. Es este jugador hoy gravitante quien ha dicho “tanto en Derecho como en política, la batalla esencial es meta batalla para imponer un relato”. Senador por Texas y firme precandidato presidencial para 2016 en los Estados Unidos, Rafael Edward (Ted) Cruz es, a los 43 años, una bestia política formidable, un troglodita ideológico que aprendió muchísimo del compendio estratégico que hizo escuela entre las figuras más exitosas del comunismo del siglo XX. Esa biblia legendaria es El arte de la guerra, de Sun Tzu, cuyos principios cardinales pueden resumirse así: (1) “Toda batalla tiene que ser ganada antes de ser librada. El ejército victorioso vence primero, y luego va a la batalla”. (2) “Toda batalla se basa en el engaño; si tu enemigo es superior, evitalo; si está enojado, irritalo; si están igualados, combatilo; si no, descansá y recapacitá”.

El “maestro Sun” (Sun Tzu) fue jefe militar, estratega brillante y filósofo en la China antigua. Se lo considera autor de El arte de la guerra, un decisivo manual conocido desde hace casi –por lo menos– veinte siglos. Los historiadores más actualizados han determinado que debe haber sido escrito en el período de los Reinos Combatientes (476-221 a. C.), pero hallazgos arqueológicos revelan que el manual vio la luz sólo a inicios de la dinastía Han, entre 206 y 220 de nuestra era. Fue redescubierto y autenticado en 1972. Para el líder del Partido Comunista chino, Mao Zedong, la victoria sobre el nacionalismo pro occidental de Chiang Kai-shek y el Kuomintang en 1949 tuvo mucho que ver con las enseñanzas de El arte de la guerra. El jefe militar de los comunistas vietnamitas, general Vo Nguyen Giap, responsable principal de la humillante derrota de Francia y los Estados Unidos, era un lector obsesionado del texto de Sun Tsu, mientras que el fundador del moderno Vietnam comunista, Ho Chi Minh, tradujo del chino al vietnamita el tratado militar como lectura obligatoria para sus cuadros.

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Cuando el ultra reaccionario Cruz, hijo de exiliados cubanos, habla de las bendiciones de inventar un relato como manera de ganar la primera batalla de una guerra cultural, no se priva de citar a Sun Tsu y se lo confiesa en una memorable crónica a Jeffrey Toobin, de The New Yorker (junio 30): “se ganan las batallas antes de librarlas, eligiendo el terreno en el que habrán de disputarse, ya lo dijo Sun Tsu”. ¿Qué tienen en común picapiedras como el cubano-texano Cruz y los míticos caudillos comunistas Mao y Ho? Me parece que la respuesta es sencilla: una idea totalitaria de la vida, según la cual las disputas ordinarias no valen la pena sino a condición de que sean capítulos anillados de un enfoque total. Al final de ese camino, el enemigo se derrite porque ha sido llevado a combatir en un marco en el que su rival ya había impuesto antes reglas y doctrina.

La Argentina actual ha aprendido mucho de las derivaciones de El arte de la guerra. El kirchnerismo, para citar el caso más revelador, se define a sí mismo como el partero de un trastoque total del país tal como lo conocimos hasta 2003. Una y otra vez, hayan leído o no al estratega chino, repiten como letanía que han venido a librar una “guerra cultural”, que debe seguir siendo desplegada después de, o a pesar de los resultados electorales de octubre de 2015. Es una convicción lúgubre la que anima la idea de esta gente, porque han sido hasta magistrales en su proyecto de edificar un relato que les permita trabajar sobre nociones ya consolidadas. Se advierte este fenómeno en los incontables paneles y tertulias de actualidad en radio y televisión, e incluso en los conceptos estereotipados de periodistas y políticos, aterrados ante la perspectiva de cuestionar aunque sea parcialmente las revelaciones casi religiosas del oficialismo y sus atemorizados adversarios.

Responsabilidad que debe acreditársele a quienes gobiernan al país es que los marcos de la agenda cotidiana ya han sido preformateados desde el poder. El senador estadounidense Ted Cruz aparece como la inversa del caso argentino; él acusa a las “clases charlatanas”, supuestamente empapadas de marxismo o liberalismo social, de haber copado el escenario y es por eso que el centro de su planteo es modificar el relato, configurarlo desde otros supuestos, ganarles la guerra cultural a quienes considera idiotas útiles usados por proyectos colectivistas y ateos. Para él, el “mal” domina a la capital de los Estados Unidos, donde partidos políticos y lobbies perversos ejercen el poder verdadero en alianza entre ellos. En la reciente convención estadual del Partido Republicano de Texas, Cruz electrizó a una vociferante audiencia cuando, al saludar desde el podio, dijo “Vengo de pasar una semana entera en Washington D.C. y es fantástico estar de regreso en los Estados Unidos”. La muchedumbre se regocijaba con la idea barata y primitiva de “ellos” versus nosotros, los nacionales, una especie de “patria o buitres” a la norteamericana. Nada nuevo bajo el sol.

Es el manejo efectivo del Estado y no el gobierno formal lo que alimenta la adrenalina del peronismo, que –como advierte lúcidamente Ricardo Kirschbaum– “se va convirtiendo en un sujeto que piensa exclusivamente en el poder”. Ese rasgo que hace décadas se le conoce, ha sido traducido en estos últimos años a una épica narrativa enderezada a edificar el esqueleto de una movilización cultural. Tras innumerables y hoy muy visibles fracasos en la gestión directa del Gobierno, y con un país donde la pobreza, lejos de disminuir, ha aumentado, se abroquelan en la idea de la batalla cultural. Tal vez no leyeron a Sun Tsu, pero han sabido elegir el terreno de su conflagración y han tenido la dicha de que sus adversarios no hayan logrado superar ese paradigma paralizante.

 

*www.pepeeliaschev.com –  @peliaschev