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Agua brava

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Pensaba debatir con Rafael Spregelburd sus últimas consideraciones sobre el cilantro y el gusto a culo, pero una cosa lleva a la otra y según mi calendario personal esta semana me toca referirme a las políticas municipales o provinciales o, en su defecto, a algún aspecto de lo que sucede en el vasto y ajeno mundo.

Para lo segundo, podría referirme al inminente comienzo de la obra del canal de Nicaragua, que ya se ha convertido en uno de los casos de corrupción más sonados de la región.

Pero me da pereza, así que elijo dirigirme al señor Scioli, quien estuvo el fin de semana pasado almorzando (o comiendo, no lo recuerdo, porque mi mamá graba los programas y los ve a cualquier hora) con la señora Legrand, haciendo campaña para su precandidatura presidencial. Presentaba, parece (porque no me quedé mirando el tape maternal), un libro de fotografías.

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Se me ocurrió que podríamos mandarle al señor Scioli las fotos del pantano en que se ha convertido nuestro barrio suburbano después de las penúltimas lluvias, a ver si logramos conmoverlo y conseguimos el asfalto. O mejor todavía, el agua corriente, porque el agua de pozo con la que nos abastecemos está contaminada (cosa que hemos notado por los violentos cólicos y los episodios de colitis que sufrimos cada fin de semana que nos instalamos en nuestra casita del Conurbano) y, aunque no la bebamos desde 2009, cuando hubo denuncias por exceso de arsénico en las napas, la usamos para lavar las verduras de las ensaladas o para hacer el café de la mañana. Al rato de la ingesta ya se nos va la vida, y no siempre recordamos que debemos tomar las precauciones a las que vivir en condiciones sanitarias deficientes nos obligan.

Como el señor Scioli se declaró atento a las necesidades de los bonaerenses, confío en su sensibilidad para que nos ponga agua corriente. Los niños vecinos, que no toman agua mineral por razones económicas, la deben pasar peor que nosotros.