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tranquilidad

Agua sucia

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Allá hace un montonazo de años cuando una era una niña que concurría modosita y obediente a las clases de catecismo, a una le daban con palabras y ejemplos, las “divinas enseñanzas”, modelos de conducta y de vida. Algunas eran divertidas, todas eran tiernas y había alguna incomprensible, entre ellas esa que dice con signos de admiración ¡Ay de aquel de quien viene el escándalo! Mucho no se entiende el ¡ay! ni quién es él ni por qué, pero bueno, una las recitaba y chau. Ahora, si nos fijamos en el señor López, no el de las puertitas sino el de las bolsas de consorcio, la cosa es mucho más clara y una ve de que el ¡ay! se refiere a él, que en vez de mantenerse en la sombra, quietito y silencioso, anda en boca de todos y todas. Y no le viene nada bien puesto que su actividad profesional en este mundo necesita del silencio y el anonimato. Sonaste, López, ahora todo el mundo lo sabe. En cuanto al mundo, también ¡ay!, porque el escándalo es como el agua sucia, ¿vio, señora?, lo inunda todo. Repta. Se mete por todos los intersticios y es inútil, estimado señor, que usted ponga burletes en los umbrales y llaves en las puertas. El, el escándalo, se mete por todas partes. Ojo, trate de que no lo roce, usted sabrá si puede o no, pero mejor sería que no. Seguro, siempre hay quienes admiran ese tipo de menesteres y piensa uy qué vivo, qué genio, que bárbaro. En fin. Este mundo nos cobija a todos y la única coraza contra la podredumbre del ánimo (sí, dije podredumbre)  es eso llamado ética, honestidad, principios, plantas exóticas a juzgar por lo que se ve y se oye. Cuídese, querida señora, tenga cautela, vigile sus propios pasos, no permita que el agua sucia toque sus vestimentas y mucho menos la punta de sus dedos. Hay premio para quienes se mantienen lejos. Es eso que se llama tranquilidad de conciencia: no tiene peso ni espesor y sí color y temperatura. Se vive mejor cuando se lo conoce, créame.