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Ahijuna canejo

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Pero, ¿cuál vendría a ser la ofensa? La insolencia, ¿cuál sería? Quien haya visto alguna vez a un vencedor habrá notado sin dudas que, en efecto, caminan así: el torso erguido, el pecho entero, la mirada alta. Y a quien le haya tocado ver, alguna vez, a un vencido, no se le habrá pasado por alto la manera en que caminan: encorvados, cabizbajos, lastimosos, arrastrando los pies no menos que la mirada.

A mi juicio, por lo tanto, las morisquetas efectuadas por varios jugadores de la selección de Alemania en medio del festejo por su obtención de la Copa del Mundo deben encuadrarse en el género de la semiótica descriptiva, no en el de la mofa hiriente, mucho menos en el de la afrenta nacional. Es un caso típico de humor teutón, con Klose haciendo de Fritz, con Kroos haciendo de Franz. La cancioncita y la monería pertenecerán sin duda a alguna tradición germana; no hay por qué suponer que se inspiraron en la actitud con que Neuer y Messi acudieron a recibir sus respectivos premios.

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A menos que (¡no quiero ni pensarlo!) lo que haya herido susceptibilidades sea el uso de la palabra “gaucho”. Porque la copla en rigor decía: “Los gauchos caminan así, / los alemanes caminan así”, todo con su correspondiente gestualidad. La cultura argentina ha hecho ingentes esfuerzos para que nadie nos tome por indios (empezando por nosotros mismos); el envés del billete de cien pesos, la Diagonal Sur, la línea de tren que va a La Plata así lo indican. Pero el gaucho, vaciado en símbolo, abstracto y mítico, es instrumento de nuestra identidad. Irreal y definitivo, como la Patria misma.

Los alemanes lo saben bien: por algo han sabido forjar una corriente de romanticismo tan poderosa, por algo han consumado la quintaesencia de la función del folklore en una nación moderna. Porque lo más propio, al final, nos viene de Europa, como bien señalara Borges. ¿Y si fue eso lo que lastimó algún orgullo? ¿Más eso que el gol de Gotze?