Por la mañana, el gobierno de la presidenta Kirchner nos informa que la inflación para los consumidores tiene un sesgo descendente y ronda 8,5%-9% anual. Por la tarde, que “la culpa de la inflación” es de los especuladores, el campo, los desestabilizadores que atacan a los pobres en la Argentina. Por la noche, se firma algún “acuerdo” con supermercadistas, o fabricantes de productos diversos, para “mantener los precios bajos, como hasta ahora”. Resulta difícil entender cómo, si la inflación baja, alguien tiene “la culpa”. Y cómo, pese a los acuerdos, controles, impuestos, la inflación es alta y alguien tiene la culpa.
Al otro día, también por la mañana, el dólar alto es el “corazón” de la política oficial, y no hacemos como Brasil, “que revalúa el real y perjudica a su industria”. Por la tarde, el BCRA, tratando de frenar la salida de dólares, deja que baje a $ 3,05, para “combatir la inflación, y terminar con la especulación”.
Lo mismo sucede con los impuestos a la exportación, en su versión “móvil”. En el inicio del conflicto, su objetivo era proteger el precio de los alimentos de los “pobres”. Después, la forma de financiar “hospitales y rutas”. Finalmente, según el discurso de Néstor, serán necesarios para pagar las obligaciones externas. En el medio, la Presidenta le asignó a la “timba” el incremento de los alimentos y los combustibles. Cuando, unas semanas atrás, la responsabilidad de dichos aumentos era el paro del campo. Y agregaré un poco más de confusión.
Aunque en el último año, la “inflación de alimentos” en el país hubiera sido cercana a cero, la inflación, bien medida, no hubiera bajado del 15%. No es el 25%-30% actual, pero es bastante. De manera que el problema de la inflación argentina habrá que buscarlo en otro lado, principalmente en la política fiscal y salarial, desbordada en 2007 y sostenida en niveles altos en 2008. Paradójicamente, una parte importante del gasto se destina a subsidiar los precios de la energía y de ciertos alimentos, “para que no haya inflación”. Pero, para financiar ese incremento del gasto que permite “aislar” los precios internacionales y “tener precios argentinos”, hace falta recaudar más. Y ese recaudar más es el impuesto inflacionario, y los impuestos a la exportación. Dicho de otro modo, para financiar los subsidios a la clase media y alta de los precios de la energía, se recauda el impuesto inflacionario (que pagan mayoritariamente los pobres). ¡Eso es ser “progre”! Pero, además, seamos justos, se intenta recaudar más impuestos a la exportación, de la “oligarquía terrateniente sojera”. Para ello, el Gobierno diseñó un impuesto creciente a los ingresos extraordinarios (no a las ganancias extraordinarias, porque no toma en cuenta el incremento de los costos). Como para muchos productores este impuesto, al ser a los ingresos y no a las ganancias, se termina apropiando de una parte muy importante de las utilidades, surgió el conflicto.
Una regla básica de la buena administración indica que, si los ingresos son extraordinarios, lo mejor es no comprometerse a gastarlos: por la estructura del gasto público, en todo el mundo, los ingresos extraordinarios pasan, pero los gastos quedan. Usarlos en construir escuelas o caminos, o aumentar a los jubilados, o reducir otros impuestos, es peligroso: cuando se acaben, no habrá para financiar el nuevo gasto. Con ingresos extraordinarios, lo mejor es ahorrarlos, cancelar deuda, pero no gastarlos.
Por el contrario, si este cambio de precios relativos a favor de la energía y los alimentos está para quedarse, no tiene sentido intentar “aislar” los precios locales, dado que la factura se hará cada vez más cara, se gastará, producirá, invertirá, sobre precios ficticios, y se desaprovechará la gran oportunidad de tener precios relativos internos que maximicen la producción y el crecimiento.
Como siempre, la realidad “está en el medio”. Una parte del aumento de precios es estructural, y habría que aceptarla. Otra parece extraordinaria y habría que ahorrarla. Pero el Gobierno definió el gasto presente y el futuro en función de precios “plenos”, con el componente permanente y el transitorio. Por eso estamos al borde de una crisis. Para financiar el gasto, o se apropia de una parte importante de la mejora de precios, ordinaria y extraordinaria (sin contemplar los aumentos de costos), o mira a otros sectores para cobrarles más impuestos. O recauda más con la inflación.
Como siempre, en la Argentina, al final de la historia, ¡es la política fiscal, estúpido!