Desde que se intuyó que Riquelme iba a volver contra Olimpo, Boca vivió una semana un poco más tranquila. Falcioni no, porque aún no puede despojarse de un par de motes.
Cuando el DT aún no había comenzado la competencia ni había perdido los partidos que perdió y, más todavía, no había tenido conflictos con Riquelme, ya era rechazado por una buena parte de la cátedra. Hay en el medio una idea maniquea de lo que este entrenador es y de lo que son algunos otros entrenadores.
Va un ejemplo: para los periodistas que ocupan la mayor parte de los lugares privilegiados, el primer gol de Estudiantes a Gimnasia no es culpa de Angel Cappa, que dispuso una marcación de cuatro (¡cuatro!) defensores en línea para marcar a un (¡uno!) delantero de Estudiantes. No. Primero, el discurso critica a Estudiantes diciendo que el gol provino de “un pelotazo”, como si un pase frontal y aéreo que termina en gol le quitara legitimidad y mérito a lo que hizo el cuadro que se puso a ganar 1-0 en un clásico de visitante sin público visitante. Segundo, “el dos de Gimnasia es un boludo”, dicen en off the record. O sea, para llegar a la crítica del técnico que ellos protegen hay un par de escalas.
Falcioni no tiene este colchón. Arma un 4-4-2 y “es defensivo”. Pone a Riquelme, pierde 1-4 y “mereció el empate”. No lo pone, gana y “no mereció ganar”. No hay términos medios. No importa dónde se sitúe el equipo, cuántas situaciones de gol cree o el tiempo del que disponga de la pelota. Sólo importa que es Falcioni y que no hay enganche. Entonces, ahí empieza la otra historia. “Los técnicos destruyen el fútbol”, “es más fácil destruir que crear”, “Boca no es Banfield”, “Riquelme, en una pierna, tiene que estar”, y todas las sandeces de café que algunos hombres de los medios se empeñan en mantener con el siglo XXI bien avanzado.
Ahora bien: hecho este cuadro de situación, es cierto que Boca todavía no encontró su funcionamiento. Probó con Riquelme y Erviti juntos y, si bien Boca marró muchos goles, también los perdió con All Boys sin que estuviera ninguno de los dos. Fue derrotado por Vélez y San Lorenzo por la diferencia mínima, en dos encuentros opacos que Boca pudo haber empatado. Lo que sucedió fue que en ambos clásicos (démosle a Vélez el lugar de grande que merece) terminó perdiendo partidos muy cerrados y malos. Por supuesto, Boca (Falcioni, en realidad) llevó la peor parte porque, en el juego profesional, el resultado ocupa un lugar preponderante. Y la verdad es que todos –aun los que se dicen más líricos–terminan haciendo análisis a través del resultado.
Otro ejemplo del trato desigual que Falcioni recibe de la prensa refleja lo que pasó con River hace un par de semanas. En el partido con Independiente, River tuvo un par de situaciones con Pavone e Hilario Navarro y la mala puntería las impidieron. Pero Pavone logró meter el gol sobre la hora y los comentarios posteriores no sólo hablaron del “River de Jota jota” como una mezcla de la Máquina y los equipos de Labruna de los 70, sino que obviaron dos mano a mano que Independiente tuvo y desperdició ante Chichizola. Es decir, el resultado termina condicionando la visión del juego. River, finalmente, se encontró con su realidad en los dos partidos que siguieron a ese del milagro de Pavone.
El fútbol “lindo” y “feo”. El Boca del domingo anterior perdió con San Lorenzo por un gol brasileño del paraguayo Aureliano Torres. Fue la única diferencia. “Pero jugó muy mal”, me dijeron. Y es cierto. Boca jugó muy mal, tan mal como San Lorenzo. Entre ambos, hicieron un partido espantoso. El cuadro xeneize encontró a los empujones un mano a mano de Chávez que Migliore tapó con los testículos y un cabezazo de Palermo que el arquero del Ciclón salvó con ayuda de la Providencia. Además, hubo un bruto penal del mismo Migliore al delantero xeneize que Lunati no cobró. Quiero decir con esto que, pese a lo mal que Boca jugó, generó tantas o más situaciones de gol que su rival. “No es la cantidad, sino la calidad de las situaciones lo que no cierra”, dicen después de este razonamiento. Es real que la llegada de Pochi Chávez fue un forcejeo. Pero la del cabezazo de Palermo fue desborde y centro exacto de Mouche, como tantas veces hicieron el centro Guillermo y Palacio para el mismo delantero. Por eso, a veces me niego a explicar el fútbol en parámetros de “lindo” y “feo”. Lógicamente, cuando hay un gol como el de Diego a los ingleses, sabemos inmediatamente que jamás habrá otro igual en belleza, plástica y eficacia. Nunca. También nos encantó el pase de taco de Riquelme que dejó solo a Palermo contra Godoy Cruz y que Martín tiró muy alto. Eso nos gusta a todos. Sería ridículo ponerse a discutir la importancia decisiva que una buena versión de Riquelme tendría en este momento de Boca.
Los prejuicios. El gran error estratégico de Falcioni fue no poner a Román contra All Boys. Si el 10 se llegaba a lesionar en ese partido o en los primeros entrenamientos de los días posteriores, el entrenador hubiese zafado de algunas críticas, al menos de las más oportunistas. Después, le cargaron hasta la hinchazón de la rodilla de Riquelme (“lo mató con el entrenamiento”, dijo un periodista en Twitter). Dijeron que había llegado para colgar a Román, que Riquelme no jugaba más porque no le gustaba… En fin, toda la colección de prejuicios que ustedes se puedan imaginar.
Riquelme –ya dijimos esto en alguna columna anterior– jamás hubiese elegido a Falcioni como técnico porque a él le gusta otro estilo. Lo raro, es que la CD de Boca haya traído a este técnico sabiendo que la estrella, a la que le hicieron una renovación de vínculo por 4 años, no va a estar a gusto.
Son muchas cosas. La realidad es que Boca no jugó bien, que los futbolistas de Boca están en un momento de mucha tensión y que ahora regresa Riquelme. Tal vez sea lo que todo el famoso Mundo Boca necesite para creer que esta vez sí, después de mucho tiempo, Boca y Riquelme estarán de nuevo en el lugar privilegiado que les corresponde.
¿Falcioni? Se acordarán de él sólo si las cosas van mal. Como ha sido hasta ahora.