COLUMNISTAS
Democracia y Justicia

Al final son oligarcas

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Ellos. No importa si gobierna una abogada exitosa (?) o de un autoproclamado profesor (?). | NA

Dieron tantas muestras de desprecio por la democracia, salvo para servirse de ella en sus aspectos más formales (como el voto) y han confirmado hasta tal punto su aversión a los mecanismos republicanos que resulta agobiante repetirlo, enumerarlo, denunciarlo. Si se revisan sus discursos, sea desde el poder o desde la oposición, será muy difícil encontrar las palabras democracia y república. Las remplazan hasta el hartazgo por otras, como pueblo (del que se dicen propietarios) o memoria. Con este último sesgo procuran hacer olvidar sus propias andanzas colaboracionistas con las fuerzas más oscuras, retrógradas y fascistas de la historia argentina desde que ellos existen como movimiento, y tratan de que no se hable de sus omisiones, como cuando se “olvidaron” de integrar la Conadep. No importa si gobiernan a través de una abogada exitosa (?) o de un autoproclamado profesor de derecho (?). Tanto el derecho como los procedimientos constitucionales de la Justicia les provocan alergia y los consideran obstáculos a saltearse o a eliminar.

¿Por qué, a pesar de que sobran pruebas de ese antirrepublicanismo y de ese desprecio por lo democrático, estuvieron en el poder durante dos tercios de la historia democrática del país, valiéndose de instrumentos del sistema que desvalorizan? ¿Por qué fueron votados en cinco oportunidades para ejercer ese poder, a pesar de que la suma de sus gestiones corre paralela a la degradación de la vida social, política y económica del país y a una decadencia integral que, con ellos, parece no tener fondo? Si fuera posible que la sociedad pudiera expresarse a través de una voz que la represente, debería ser ella quien lo explique, ya que no es ajena a este fenómeno, ni como propiciadora ni como víctima. Quizás ayuden a ese autoexamen estas palabras del filósofo político e historiador del arte Jacques Ranciére (francés, nacido en Argelia), profesor emérito en la Universidad París VIII, que en su libro El odio a la democracia escribe: “En el mundo real la multitud, eximida de la preocupación de gobernar, se abandona a sus pasiones privadas y egoístas. O bien los individuos que la componen se desinteresan del bien público y se abstienen de las elecciones o las encaran desde el solo punto de vista de sus intereses y de sus caprichos de consumidores (…) eligen en los comicios a tal o cual candidato que les gusta de la misma manera que eligen las múltiples clases de panes que les ofrecen las panaderías”.

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Como explica Ranciére, la ficción del “pueblo soberano” (que en realidad es el nombre de la corporación que predomina en el momento) da lugar a prácticas políticas “que son siempre prácticas de división del pueblo, de formación de un pueblo distinto respecto del que está inscripto en la Constitución”. No vivimos en democracias, afirma el filósofo francés, sino en “Estados de derecho oligárquicos”. Quienes se inflaman el pecho despotricando contra la oligarquía, costumbre peronista y kirchnerista, vienen a ser, en definitiva, oligarcas, tal como los define el austriaco nacionalizado inglés Karl Popper (1902-1994), gran filósofo de la política y la ciencia, en sus Reflexiones sobre historia y política. Para Popper mientras la democracia “es el gobierno de la multitud, de la muchedumbre”, la oligarquía “es el gobierno de unos pocos no tan buenos”.

Advierte Popper en el mismo texto que es “sumamente inmoral considerar a los adversarios políticos como malos o malvados (y al propio partido como bueno)”. Esto conduce al odio, señala, y en lugar de limitar el poder de los gobernantes lo incrementa. La función principal de la democracia es evitar la dictadura, dice, y los gobiernos democráticos no permiten ninguna acumulación de poder, porque no se trata de mandar sino de gobernar. Cabría agregar que gobernar no es valerse de una mayoría electoral circunstancial para beneficiarse y beneficiar a amigos, para hacer del Estado un botín, para escapar de la Justicia o para eliminarla si se pone en el camino. Nada de esto es, según los hechos, algo que quienes hoy gobiernan puedan, sepan o quieran aceptar. Ni la democracia ni la república son lo suyo.

 

*Escritor y periodista.