La seca se va cobrando sus primeras víctimas. Como regamos a diario, para que las plantas soporten el calor sofocante, toda la fauna de los alrededores viene a deleitarse con el agua fresca de nuestro pozo. Los primeros en llegar son siempre los pajaritos (colibríes, benteveos, carpinteros, gorriones), que pían mientras se mojan las plumas y beben de los charcos. Salvo por la vigilancia atenta de nuestras gatas (incapaces de progresar en sus habilidades cazadoras), se sienten totalmente a gusto en nuestro húmedo microclima, obtenido no sin esfuerzos agotadores.
No quiero dar la impresión de que vivimos en el reino de Blancanieves: cada tanto algún carancho proyecta su sombra sobre nuestra parcela y los animales, que no saben que se trata de una especie carroñera (vienen a nuestra casa a robarse los huesos que les damos a los perros para que afilen sus dientes), tiemblan de miedo. Los que más sufren son los sapos y las ranas. Hace unos días, descubrimos una culebra de metro y medio en el acto preciso de engullir un sapito por las patas traseras. Mientras decidíamos si intervenir o no en el curso natural de las cosas, una de nuestras perras se acercó a la escena del crimen, asustando a la culebra, que reptó despavorida.
Del sapo no supimos su destino pero sospechamos que debe de ser el mismo que encontramos debajo de mi mesa de luz, días después. Malherido, debe haber sido presa de los juegos crueles de nuestras gatitas, que lo entraron a la casa para nuestro colectivo solaz (vana esperanza felina).
Nunca antes nos había pasado, por lo que suponemos que debe de haber un panal nuevo en la cuadra que no hemos podido localizar. Las abejas han decidido venir a beber y a bañarse en nuestra pileta. Si no fuera por las picaduras suicidas que ya hemos sufrido, toleraríamos su presencia, tan encantadoras se las ve haciendo la plancha, moviendo sus alitas sobre la superficie del agua. Con pena, las estamos diezmando. Ignoro el coeficiente de reproducción de la especie, pero matamos (accidental o intencionalmente) cien obreras por día. Imagino a la reina sola, muerta de calor, en la colmena, y me domina el remordimiento.