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Almagro y sus contradicciones

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El secretario general de la OEA, Luis Almagro, habrá visto con satisfacción el rotundo triunfo de la oposición antichavista en las elecciones parlamentarias del 6D en Venezuela. La victoria se logró pese al ventajismo perpetrado por el gobierno chavista y convalidado por las autoridades electorales durante la campaña electoral. En sus cartas abiertas a la presidente del Consejo Nacional Electoral y al presidente Maduro, Almagro había señalado su preocupación por el uso de recursos del Estado, las inhabilitaciones, violencia e intimidación contra los líderes de la oposición, los impedimentos para su acceso a los medios, así como la ausencia de observación electoral internacional. También advirtió al chavismo no distorsionar los resultados. Su voz armonizó con la de ex presidentes y la de algunos gobiernos de la región.

Académicos, periodistas, diplomáticos, políticos, y ciertamente la oposición venezolana, aplaudieron los oportunos pronunciamientos de Almagro a favor de la democracia en Venezuela –tan en contraste con los de su predecesor–, y muchos han vinculado esto a un aparente renacimiento o revitalización de la OEA. Almagro posicionó así a la OEA precisamente cuando algunos gobiernos seudodemocráticos (electos democráticamente pero que gobiernan autocráticamente) han intentado impedir que ésta cumpla con su primordial propósito: el de promover y proteger la democracia y los derechos humanos.

Sin embargo, el secretario general, quizás para compensar,  ha contravenido su imagen de paladín de la democracia al reiterar que la OEA “debe pedir disculpas” a Cuba por haber sido injusta con ella al suspenderla de la Organización en 1962 y aplicarle un embargo en 1964. La prescripción parece no recordar que la suspensión se dio porque el castro-comunismo se convirtió en una real amenaza a la democracia y seguridad del continente en la década de los 60. Fidel Castro entrenó, armó y financió grupos guerrilleros, estudiantiles, trabajadores y campesinos en una campaña de agresión e intervencionismo contra Bolivia, Colombia, Guatemala, Panamá, Perú, Venezuela y otros. No obstante, para 1975 los Estados miembros quedaron en libertad de normalizar sus relaciones con Cuba y en el 2009 levantaron la suspensión contra el régimen castrista, acordando un proceso de diálogo que se iniciaría a solicitud del gobierno castrista y “de conformidad con… los propósitos y principios de la OEA.” Hasta hoy el régimen ha rehusado iniciar ese diálogo, por obvias razones: no está dispuesto a adherir a los propósitos y principios democráticos de la Organización. El  comentario de Almagro también parece ignorar que el régimen es una tiranía que se ha mantenido en el poder por la fuerza, violando los derechos humanos y políticos de su población y sumergiendo a ésta en el subdesarrollo por más de sesenta años. El régimen es el que debería pedir perdón a los propios cubanos.

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Sobre la erosión de la democracia en Venezuela, el secretario general se ha expresado con propiedad y considerable autonomía; y lo ha hecho en consonancia con los propósitos de la Organización y de su Carta Democrática Inter-Americana. También debería pronunciarse sobre la falta de democracia en Cuba. Pero todo esto sería más contundente y beneficioso para la revitalización de la Organización si Almagro coordinase sus pronunciamientos con los Estados miembros, que son después de todo los que constituyen la verdadera OEA.
 
*PH.D. Ex funcionario de la OEA y profesor de la Universidad George Washington.