Henry James fue un pudoroso escritor angloamericano que enriqueció la historia técnica de la literatura con el desarrollo del punto de vista y desarrolló las posibilidades psicológicas de la literatura fantástica, despojándola de sábanas flotantes y gritos espectrales y ruidos de cadenas sonando en habitaciones deshabitadas; James renovó también el uso de la demora, despojándola de su carga folletinesca: primero la empleó como tópico en la estructura de sus relatos y luego dejó que se infiltrara en la forma de sus frases.
Derivado o desprendido de Flaubert, anticipó a Proust, sólo que éste utilizó el fraseo elongado e interminable para extender sus tentáculos al mundo y en cambio las frases de James a veces parecían una colección de extravagantes cristales tallados por mandarines imaginarios, pacientes objetos inmóviles cuyo propósito es exasperar a los lectores. De uno de sus libros, no recuerdo si el malévolo Oscar Wilde o el malvado H.G.
Welles comentó que “el viejo Henry ha publicado otra novela, ocasionalmente está escrita en inglés”. Su hermano, el filósofo William James, siempre lo aconsejaba: “¡Lo que tengas que decir, dilo de una buena vez, por Dios!”. El núcleo o centro o motivo de sus textos era siempre la revelación de un acontecimiento sórdido o nimio, ribeteado a todo lo largo del relato por ese cotorreo social y de cortés apariencia frívola, que obraba a efecto de atenuar primero y exhibir luego, plenamente, la desolación de las almas de sus personajes.
Central en la historia de la literatura moderna, James destroza para siempre las potestades del autor omnisciente, anticipa a Kafka, se adelanta a Proust, y en el texto que dicta en las horas de su agonía prefigura a Joyce. También, incidentalmente, permite a Borges definir la experiencia estética como “la inminencia de una revelación que no se produce”, porque, finalmente, su obra gira acerca de eso que puede o no puede o debería o está a punto de y no se sabe si sí o si no, ser dicho. Su mejor nouvelle (es un autor de muchas y extraordinarias), La bestia en la jungla, postula el amor como un acto innominable que se sostiene en la vida y que sólo se alcanza post mórtem, como revelación de ultratumba. Y quizá ése sea también el destino de Amado Boudou, que lo tuvo todo en la punta de los dedos, y ahora debe estar preguntándose cuánto falta para que la palabra final sea dicha.