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Amar las palabras

Me invitaron a un programa de TV en el que se va a debatir La Ortografía. Es decir, se va a hablar de lo mal que se escribe y sobre todo lo mal que escriben los jóvenes, casi todos. Agrego: y muchos adultos. Y mejor que no hablemos de los diarios, las revistas y lo espantosamente mal que se habla en, precisamente, la TV.

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Me invitaron a un programa de TV en el que se va a debatir La Ortografía. Es decir, se va a hablar de lo mal que se escribe y sobre todo lo mal que escriben los jóvenes, casi todos. Agrego: y muchos adultos. Y mejor que no hablemos de los diarios, las revistas y lo espantosamente mal que se habla en, precisamente, la TV. ¿Qué te parece, Etelvina? ¿Voy? No te preocupes, es una pregunta retórica: ya dije que sí. Estoy dispuesta a sufrir: ya me siento una mártir gimiendo ante las cámaras por las haches, las B largas, las V cortas, las S, las C, etcétera, para no hablar del régimen de los verbos, y no tener que decir (que lo diré) que los diarios no parecen tener ya mesa de correctores y que los locutores de TV no parecen haber pasado del pre escolar. Quiero decir eso que dije, Etelvina: que voy a ir. Y que espero que te plantes frente al aparato y me aplaudas durante toda la hora que dure el programa aunque desde los estudios yo no te oiga. Es que necesito apoyo y auxilio, Etelvina. Amo las palabras desde siempre, desde que era chiquitita así. Trabajo con ellas. Las acaricio y las mastico y las toco y las huelo y hago con ellas todo lo que dijo Pablo Neruda sobre las palabras: “Se llevaron todo, nos dejaron todo: nos dejaron las palabras”. ¿Para qué? No sólo para que nos comuniquemos, Etelvina: para que sigamos siendo criaturas humanas. No fuimos humanas cuando nos pusimos de pie: fuimos humanas cuando dijimos la primera palabra. Quién lo dijo y qué fue lo que dijo, ay, nunca lo averiguaremos. Pero de pronto (es un decir: esas cosas no suceden de pronto: tardan cientos y miles de años hasta que fructifican, maduran y echan las semillas al viento), de pronto, en vez de aullar y gruñir, alguien dijo algo. Alguien dijo algo, ¿te das cuenta, Etelvina, del milagro que se produjo? Alguien dijo algo para que cientos, miles de años después, otro alguien dijera “Era una noche toda llena de silencios y de música de alas”, y otro alguien dijera “todo cuerpo sumergido en un líquido…etc.” y otro alguien dijera “Percanta que me amuraste/ en lo mejor de mi vida” y otro alguien escribiera: “Serán cenizas mas tendrán sentido/ polvo serán, mas polvo enamorado”. En suma, que somos lo que somos porque hablamos y escribimos. Y dejame que termine con una cita de Oliver Wendell Holmes: “Una palabra no es un cristal transparente y sin cambios. Es la piel de un pensamiento viviente que vibra, riela, inunda el alma y da vida al mundo”. Por supuesto que voy a ir, lanza en ristre a pelear por la ortografía.