“Alguna vez nos deja pensativos la sensación ‘de haber vivido ya ese momento’. Los partidarios del eterno retorno nos juran que así es e indagan una corroboración de su fe en esos perplejos estados.”
Jorge Luis Borges (1899-1986); de ‘La doctrina de los ciclos’, en ‘Historia de la eternidad’ (1936).
La altura complica, ahoga, las ideas se opacan, a veces se reacciona tarde y otras, mal. “Tengo un gran equipo”, podría haber dicho Guillermo Barros Schelotto. Pero no, no lo dijo. Los suyos empezaron bien en Quito pero el incansable Independiente del Valle se lo dio vuelta perforando por las bandas, a mil. El Mellizo reconoció fallas, infló el pecho cuando se diferenció del River perdedor y quiere revancha en la Bombonera: “Por algo llegamos hasta aquí. Tengo mucha confianza, pasaremos a la final”.
El que sí dijo que tiene un gran equipo “que sabe lo que tiene que hacer” fue el presidente Macri. Lo hizo en Idaho, donde participó de la Conferencia Anual de Sun Valley, en correcto inglés y frente a una periodista de la cadena norteamericana CNBC. Sonriente, habló sobre su plan de gobierno de pie, al lado de un estacionamiento, con fondo de árboles, canteros, plantitas y un cielo azul.
“Desafortunadamente, porque fue doloroso, hemos tenido que subir las tarifas porque no hubo inversión en los últimos diez años, y un país sin energía no puede crecer. Les expliqué a los ciudadanos y lo entendieron. Estoy muy orgulloso de ellos. Es asombroso cómo nos acompañan en este esfuerzo de volver a crecer y ser parte del mundo”.
Asombroso. En inglés, amazing. Me gusta la musicalidad de esa palabra. Me recuerda algo que, según Heidegger, unía a dos griegos de ideas antagónicas: Heráclito, que creía en el cambio constante, y Parménides, que decía: “Lo que es, es; lo que no es, no es”. Ambos filósofos se relacionaban con el mundo a partir de un “estado de asombro”, en abierto, sin intención de dominio o apropiación de los entes.
Asombroso era lo que, el mismo día, pasaba en Buenos Aires y el resto del país. La gente en las calles se manifestaba –oh, no– en contra del tarifazo patriótico mientras un amparo judicial presentado por la Cámara Federal de La Plata suspendía los aumentos. El ministro Aranguren, figura del gran equipo, fue con los tapones de punta: “Daremos todos los pasos procesales necesarios para defender las medidas tarifarias dictadas”. Un duro.
Federico Pinedo, jugador de bajo perfil, la puso bajo la suela: “Esto lo va a resolver la Corte Suprema de Justicia y el Gobierno actuará con racionalidad y responsabilidad, no enamorado de sus posiciones. Sin aumento, las tarifas se pagarán con impuestos y recursos del Tesoro, lo que generará inflación”. ¿No enamorado de sus posiciones? Qué elegancia, Pinedo.
Danyel Angel Easy, presidente de Defensores de Macri y operador judicial en la sombrita, perdió en la chance de ganar puntos en la interna oficial trayendo de Ecuador una victoria que, en plena Semana Patria, podía contagiar alegría y tibias ilusiones a muchos, lo que hubiese sido un doble servicio para la causa. No se le dio. Pero antes de volver, se ocupó del negocio: “La AFA está en default, llena de problemas y cuentas impagas. Hay clubes muy endeudados y hace dos meses que Boca no recibe ni un centavo. Esperemos que en la semana ya funcione la Comisión Normalizadora. Sin Superliga no habrá recursos”.
Primo Corvaro, el hombre que pasará a la historia por cortarle una reunión a Maradona, aclaró que la FIFA no se opone a la Superliga, pero los derechos televisivos deben pertenecer a la AFA. Que en todo caso podrá cederlos por un tiempo limitado, no ilimitado como quieren los clubes poderosos. Furioso, ninguneado por un hombre de su amiguísimo Gianni Infantino, Maradona siente que lo han tomado para el churrete. Lo bien que hace.
Gerardo Martino, harto de todo y de todos, renunció el lunes y parece que ya pasó un año. El mismo día envió una carta documento a la AFA para exigir el pago de la deuda salarial –siete meses, cuentan– que aún tienen con él y su cuerpo técnico. Deberá cruzar los dedos para que concreten, ay, un Blindaje de 70 millones de dólares para la Casa Usher de Viamonte: 36 de un crédito blando otorgado por el gobierno, la FIFA y la Conmebol, y 34 aportados por Adidas. Habrá una larga fila en esa ventanilla.
Julio Olarticoechea, feliz con lo que le cayó del cielo por ser el único técnico con contrato, no tiene ni idea con qué plantel irá a los Juegos Olímpicos. “Hay una lista; si no vienen unos, llamaré a otros. Si hay que ir con 18 juveniles, vamos, y si son 13, también. Y haremos un buen papel”. Puro corazón, el Vasquito. Alma amateur. Demasiado, tal vez.
Ricardo Caruso Lombardi entró en trance cuando supo que, después de Simeone, era el candidato más votado en internet para la Selección. Ironía, voto salvaje, locura masiva o signo de estos tiempos, la cosa se infló hasta lo ridículo. El escenario ideal.
Carusito no se privó de nada. Formó su propio equipo con dibujo táctico para la televisión, habló mal de Sampaoli, hoy en el Sevilla –“Acá no pudo dirigir ni en la C”–, de Pochettino, contratado por el Tottenham hasta 2021 –“¿Quién es? ¿Inventó la pelota”?–, y en pleno ataque de excitación psicomotriz, bramó: “¡Si yo les gané a equipos de Simeone y Pizzi, cómo no voy a estar para la Selección! Vos nombrame un miércoles y vas a ver qué equipo te armo para el viernes…”. Glup.
“Las inversiones llegarán porque ofrecemos oportunidades. Tenemos suerte: Argentina quizá sea la única buena noticia en un mundo desquiciado”, se entusiasmó Macri frente a la entrevistadora de la CNBC, que dejó el fútbol para el final. “Me comuniqué con Messi y estoy seguro de que va a volver. Y ganaremos la Copa del Mundo en Rusia”.
En fin. Pensándolo bien, no es tan absurdo darle la Selección a Isidorito Caruso.
A esta altura, diría que nos lo merecemos.