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Ampliación del campo de batalla

La semana pasada me encontré con una pareja de amigos chilenos que vinieron de vacaciones a Buenos Aires. Periodistas los dos, se volvían al otro día a Santiago, así que quedamos en comer algo a la noche, y me sorprendí cuando me pidieron que los pasara a buscar por la puerta de un teatro de la calle Corrientes.

Tomas150
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La semana pasada me encontré con una pareja de amigos chilenos que vinieron de vacaciones a Buenos Aires. Periodistas los dos, se volvían al otro día a Santiago, así que quedamos en comer algo a la noche, y me sorprendí cuando me pidieron que los pasara a buscar por la puerta de un teatro de la calle Corrientes. Resulta que mis amigos ya habían visto Art, habían ido al show de Les Luthiers, y para esa última noche, extrañamente, habían sacado entradas para una obra de Antonio Gasalla. Empecé a desconfiar de ellos (¿los gustos de la gente pueden cambiar tanto?), pero me tranquilicé cuando me contaron, con sorpresa, que el teatro estaba lleno, que no entendían de qué se reía la gente, que la obra les había parecido una vulgaridad y que a la mitad de la función escaparon saltando por encima de las butacas. Y, al mismo tiempo, comprendí que para buena parte de los extranjeros que visitan la ciudad el teatro argentino debe reducirse a una sucesión de coloridas marquesinas con imágenes de mujeres ofreciendo sus desbordes cárnicos, enormes afiches de cómicos decadentes y adaptaciones de fórmulas concebidas desde el centro de la dramaturgia más conservadora.

Cuando les hice mis objeciones, se quejaron de que lo único que les había recomendado antes de su viaje eran bares y restaurantes, y era cierto. Por alguna razón, había olvidado marcarles las salas en las que se puede ver, cada tanto, alguna película digna, o advertirles de que el circuito del teatro que vale la pena está en ciertas zonas del Abasto, Palermo, Almagro. ¿Pero qué obra les habría recomendado? Cualquiera de Javier Daulte, Alejandro Tantanian, Claudio Tolcachir, Mauricio Kartun, Daniel Veronese, Rafael Spregelburd. Les habría dicho que fueran a ver Los talentos, la obra que Agustín Mendilaharzu y Walter Jacob dirigen en el Espacio Teatral El Kafka.

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Mendilaharzu y Jacob trabajan aquí con un material que suele ser más propio del cine que del teatro: las pulsiones reprimidas y a la vez incontrolables de la adolescencia. Lucas, Ignacio y Pedro son tres amigos que rondan los veinte años y que viven al margen del ambiente social que les correspondería. Odian las discotecas, fuman en pipa, toman vino recostados en sillones, los sábados a la noche juegan a componer sonetos en una pizarra, son inteligentes y fatuos, sarcásticos y vanidosos. Y, por supuesto, no tienen ningún éxito con las mujeres. Pero la noche en la que transcurre Los talentos, todo cambiará. “La obra muestra cómo a estos personajes un mundo se les termina y comienza otro. Aunque resultó ser también una reflexión sobre la amistad”, dice Jacob.

Amistad, con todo lo que ese concepto implica en ese momento en el que las personalidades están definiéndose, cuando la vida se estrena y se expande y el mundo exterior se convierte en un verdadero campo de batalla: tensión sexual, competencia, envidia, traiciones. Jacob y Mendilaharzu logran con Los talentos componer una pieza a la vez angustiante y extremadamente divertida, y confirman lo que la nueva dramaturgia viene demostrando hace un buen tiempo: que se puede ser inteligente y ambicioso sin resultar pretencioso ni apelar a los lugares comunes más transitados de la comedia y el costumbrismo argentino.