COLUMNISTAS
Metaverso

Ampliación del campo del mercado

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Realidad virtual | Geralt / Pixabay

A finales del año pasado, la casa de subastas Christie’s vendió la obra del diseñador Beeple Human One en casi 30 millones de dólares. La obra consiste en un prisma del tamaño de una antigua cabina telefónica y dentro de él se ve a un hombre, vestido con un jogging plateado y un casco, que camina lentamente y sin pausa por un paisaje que va cambiando. Podría ser un astronauta que explora otro planeta o el nuestro devastado.

La obra se encuentra en el Castillo de Rívoli, el museo de arte contemporáneo de Turín, en una exposición temporal y a pocos metros de un retrato de Francis Bacon, con el cual a Beeple se le antoja conversar. La obra se vendió con un NFT, un toquen no fungible, que contiene encriptadas las imágenes en 3D que se observan dentro del prisma. No explica si busca expresar un contraste entre lo contingente de lo cotidiano y la eternidad del NFT o el metaverso. Justamente, en una entrevista, asegura que Human One es “el primer retrato de un humano nacido en el metaverso”.

Hace unos días, un amigo abogado me preguntó en Madrid si conocía una empresa argentina a la cual algunos estudios jurídicos le están comprando terrenos en el metaverso para abrir allí sucursales de sus oficinas. No supe responder. No conocía, por un lado, la inmobiliaria de parcelas virtuales pero, por otra parte, no fui capaz en el transcurso de la charla de metabolizar aquello que para mí era una novedad. 

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Poco después me enteré de que, en efecto, existe una plataforma llamada Decentraland, cuyos programadores son argentinos y comercializan espacios virtuales que se pueden comprar como un NFT con una moneda virtual llamada MANA y que compañías como Coca-Cola o bancos como JP Morgan han invertido en el proyecto. En esta plataforma se puede adquirir parcelas de 10 metros cuadrados y es posible intervenir en ellas con libertad total con respecto a la altura, crear contenidos propios o ejercer cualquier actividad. Este terreno está enclavado en un vecindario al que se le permite agruparse como un distrito o una comunidad y elegir la forma de gobierno que les parezca. Una arcadia en la que proyectar pulsiones que el mundo real no admite y en la que ver pasar caminando al astronauta encerrado de Beeple. Porque la utopía tiene corto recorrido.

Las ruinas

Inditex, la firma que, entre otras marcas, es propietaria de Zara, ya lleva vendidos más de 600 mil productos de indumentaria y accesorios en el metaverso. En la plataforma Zepeto, mayoritariamente habitada por adolescentes y jóvenes, marcas como Prada o Gucci comercializan a diario productos que visten y calzan los avatares de los usuarios que experimentan allí una segunda vida en la que todo es posible, incluso iniciar una vida en pareja o un poliamor, entre las alternativas más estables, comprando una casa, consumiendo tanto o más que en la vida real. 

Hay que tener en cuenta que buena parte de los contenidos del metaverso es producto de los videojuegos y que la narrativa de estos dista mucho de responder a una representación realista, como venía sucediendo en el cine, la televisión o la publicidad. Al día de hoy, el juego electrónico ha superado en cifras a Hollywood y el consumo digital lleva mucho tiempo por delante de la televisión. La publicidad interviene en estos contenidos, al igual que en el metaverso, con narrativas que rompen con el relato tradicional. No solo se busca una vivencia o una compañía en otro contexto, se interna uno en otra dimensión cuando cruza el umbral de una pantalla. 

El escritor Enrique Vila Matas, en su columna en El País, ante el paseo del supuesto astronauta de la obra de Beeple, el Human One, lo imagina cruzando ese umbral y comenzando a explorar el nuevo mundo y siente, escribe: “Las manos le tiemblan, quizá por ser humanas”. 

Sin embargo, Isaac Asimov, en Solaris, y después Andréi Tarkovski, quien en la película inspirada en el libro respeta su perspectiva, asegura a través de un personaje, el doctor Snaut, quien habita la lejana estación espacial que orbita el océano de Solaris, que “no necesitamos otros mundos, solo queremos un espejo; buscamos un contacto, pero nunca lo encontramos”. 

“Al ser humano le hace falta otro ser humano”, remata el doctor Snaut. Ahora se lo busca en el metaverso, que no es otro mundo, es una mera ampliación del mercado.

*Escritor y periodista.