COLUMNISTAS
Límites y democracia

Las ruinas

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Juan Carlos. La imagen del monarca está seriamente dañada por irregularidades fiscales. | AFP

En 2012, un año después del 15M, el movimiento de indignación que ocupó las plazas de las principales ciudades españolas y que declinaría en Podemos, agrupación que hoy forma parte del actual gobierno español, el periodista Guillem Martínez publicó una compilación de artículos en la que diferentes autores reflexionan sobre la cultura de la transición. Martínez define a la esta no por su forma sino por su alcance, y afirma que los límites de la libertad de expresión de un sistema democrático no son los de las leyes sino los de su plataforma cultural. No es la ley, es la cultura. Para demostrarlo pone sobre la mesa los atentados del 11 de marzo de 2004 en los que murieron 193 vecinos de Madrid. Recuerda que aquel día, antes de las 8 de la mañana, estallaron las bombas y que ningún medio puso en duda ni desmintió la versión oficial sobre la autoría de los hechos, la cual se los adjudicaba a la banda ETA. A mediodía, muchos países del entorno europeo desmentían esta lectura y ningún medio español la recogía. Incluso, recuerda, los medios progresistas ponían la mirada en el dolor, apuntaban al factor emocional para no entrar en la discusión. Llegados a este punto, Martínez señala que el propio presidente del gobierno llamó a los directores de los medios para reafirmar su versión, algo impensable en el resto de culturas occidentales.

La antología crítica de Martínez es de 2012. Hoy, una década después, puede que haya muchas cosas que se han modificado en ese modelo.

Si en lugar de mirar hacia adelante, lo hacemos hacia atrás, encontramos, por ejemplo, una columna de Eduardo Haro Tecglen en El País de 1992 en la que analiza los distintos problemas de aquel momento y hace una excepción con la corona. Está al margen de las crisis, afirma, y defiende (frente a la posición de Felipe González) que la monarquía es una institución tan discutible como lo es la Constitución. Pero, agrega, no hay por qué dar pábulo a las “paranoias” sobre la biografía de Juan Carlos I: “Es impecable”, escribe sin dudar: “Su actitud pública es mejor que la de los políticos y su vida personal puede ser la que le parezca (…) Las informaciones, si son ciertas, nunca son punibles: ni la historia. Y la paranoia institucional es peor para un país”.

Haro Tecglen fue un periodista y escritor, librepensador, republicano, referente del pensamiento crítico de la izquierda cultural y que se autodefinía como “rojo”, para ostentar el mote con el que durante la dictadura franquista se denominaba despectivamente a todo aquello que se movía en la izquierda. Entre 1978 y hasta su muerte, en 2005, escribió una columna diaria en El País. Aún en 1992, Haro Tecglen, como muchos republicanos, incluido Santiago Carrillo, secretario general del PCE durante la dictadura y los primeros tiempos de la transición, se reivindicaban contrarios a la monarquía, pero “juancarlistas”. Es posible que, de vivir, hoy habrían revisado su postura. Al menos, en lo referente a las paranoias.

Si bien el ministerio público decidió, en marzo de este año, archivar la investigación sobre Juan Carlos pese a constatar numerosas irregularidades fiscales, la imagen del monarca está seriamente dañada, y si a ello se suma, además, la posibilidad de que prospere en el Reino Unido un juicio por acoso que le ha interpuesto Corinna Larsen, no es el mejor momento para que el rey emérito interrumpa su autoexilio en Abu Dabi. Pero así lo hará y, además, fuera de todo control, ya que este fin de semana asiste a una regata en Sanxenxo, Galicia, invitado por sus amigos personales.

Escapando a toda supervisión, tanto de la Casa Real, a la que ha quitado el control mediático de la visita, como al propio gobierno, el cual declara que sobre Juan Carlos “no manda nadie”, todos están a la expectativa de que pueda romper el guion, el silencio “mayestático”, y hacer alguna declaración inoportuna.

Queda esperar cómo acabará la visita, pero tampoco importa demasiado. Como dijo Vázquez Montalbán de la transición, quien, como Carrillo y Haro Tecglen supo ser “juancarlista” pero de perfil bajo: “En ningún programa electoral se prometía derribar lo que el franquismo había construido. Es el primer cambio político que respeta las ruinas”.

*Escritor y periodista.