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Años y años

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Me convencen de ver Years and Years, de Russell T. Davies, porque –me dicen– son solo seis episodios. Voy por el segundo pero es tan extraordinaria que –sospecho– me tomará un año ver los otros cuatro.

Son tantas las series que se agolpan como oferta indeseada en las bandejas de entrada que su difusión debe manejarse por la brevedad de la “premisa”: algo megasingular que las distinga del resto. Aquí la premisa salta a la vista: ciencia ficción política británica futura, pero tan cercana que parece un culebrón.

Igualmente sospecho que el imán es otro, no tan evidente: la velocidad absoluta. Contar el paso de los años como si fueran horas, minutos, instantes. No avasallar con saltos estéticos galácticos, sino apenas mirando el apocalipsis neoliberal a la vuelta de la esquina: Trump, Siria, China, Brexit, el Congreso británico suspendido.

Lo más urticante para los argentinos es el símil con nuestro pasado inmediato. La corrida bancaria del capítulo dos, por ejemplo, muestra un corralito a la inglesa. Nuestro complejo de inferioridad, que no olvida las tacitas de lata contra las persianas de los bancos, nos lleva a observar el rostro de los grandes actores de la Royal Shakespeare (el Rory Kinnear que se cogía al cerdo en Black Mirror es uno de estos), rostros desencajados y pálidos rasgando la calle de un banco al otro para salvar sus casas, actuando una escena de estricta ciencia ficción, y por fin nos hace asumir que nuestro mal es universal y que nosotros lo vimos antes.

Aquí colapsó la banca electrónica ante los algoritmos de la duda, los dólares valen una cosa en los papeles y otra cuando los vas a cambiar (vender ahorros para pagar gastos, por ejemplo, resulta el peor negocio del mundo) y solo nos queda el consuelo de verificar que Years and Years es sobre todo una historia de amor, de necesidad, y que además la temible Vivienne Rook (una Emma Thompson de altísima factura) no se parece a Lilita. ¿O sí?

Repito: yo la vi primero; soy argentino.