El ahora ex ministro que venía a explicarnos cómo manejar la deuda se quedó sin financiamiento. En sus trabajos académicos decía que el pecado de las reestructuraciones de deuda era que hacían poco y tarde, por lo que al poco tiempo tenían que repetirse. Hoy se suma, él mismo, a su base de datos pero por otros motivos. Primero, porque reestructuró una deuda en dólares que era sustentable, dinamitando la confianza en la deuda, en el Gobierno y en el país. Esa reestructuración, por ejemplo, es responsable de que hoy los europeos no estén construyendo una planta de licuefacción de gas e invirtiendo billones en Vaca Muerta para sustituir el gas ruso por gas argentino. Segundo, porque ya no tiene acceso a los organismos internacionales, sobre todo después de que al Fondo se lo extorsionó para que liberara financiamiento nuevo de 7 mil millones de dólares en marzo, al tiempo que el BID tiene a Argentina en la mira, ya que en la organización dicen que nuestro gobierno intenta desestabilizar a su presidente. A su vez, el financiamiento en pesos, sostenido hasta aquí por la expectativa de una diferencia entre inflación y devaluación, desapareció con el endurecimiento reciente de las medidas cambiarias que dejaron expuesta la tensión producida por el cepo, una virtual máquina de destrucción económica. Además, nadie quiere deuda en pesos que venza después de este mandato. La violencia con la que este gobierno ha atacado a su predecesor en el tema financiamiento ha dinamitado la noción de la continuidad institucional del Estado. Al menos en el tema deuda.
El ahora ex ministro que venía a hacer la reestructuración de la deuda bien nos deja un perfil de vencimientos que podría resumirse en: “Yo no pago nada, pateo todo para adelante”. La velocidad con la que suben los compromisos por intereses y amortizaciones a partir de 2024 es tan violenta, que en sí es un factor de inestabilidad. A esto se suma un dato adicional: la deuda con el FMI es toda a tasa variable. Los pagos subirán no solo porque así fueron pautados, sino porque también subirá la tasa de interés.
Por supuesto que la inflación de los EE.UU. nos licua la deuda en dólares a tasa fija. No es poco. Pero nada alcanza para compensar lo anterior, mucho más cuando además, no lo mencionamos todavía, el déficit fiscal no emite ninguna señal de ordenamiento.
La increíble suerte del desafortunado Capitán Beto
Bloqueado entonces el financiamiento externo por la renegociación de una deuda sustentable, agotado el de organismos por haberlo llevado al límite, y con el financiamiento en pesos limitado al tiempo de este mandato, ya no es posible pensar en renovar la deuda. La Argentina se encuentra así en la necesidad de ver cómo gestiona su cancelación. Es una situación atípica. En cualquier país las deudas se refinancian, pero Argentina volatilizó su futuro. Nada que ocurra en el futuro tiene valor. No existe. Entonces la solución tiene que ser actual, inmediata, instantánea. Argentina, un país resignado a vivir en presente, se obliga a una corrección inmediata, tanto de sus flujos como de sus stocks.
¿Qué es lo que decidió el Gobierno ante esta encrucijada? Hoy por hoy, aguantar las cosas cambiando el perfil del deudor. En concreto, que el Banco Central compre la deuda por vencer para la que no haya demanda. Los pesos que emite para hacer estas compras son luego absorbidos emitiendo Leliq. Aparte de la felicidad para Horacio Rodríguez Larreta (se lleva 8% de Ingresos Brutos sobre los intereses de las Leliq, con lo cual recibe una suculenta bonanza de recursos en año electoral), la movida migra una deuda que hoy es del Tesoro y está primordialmente en CER –es decir, protegida de la inflación para el inversor–, a una deuda del Central, en pesos a tasa fija, con una tasa que es menor a la inflación. El conjunto del sector público pasa de una deuda que no se licuaba con la inflación a una que sí se licua, al tiempo que el Ejecutivo le traspasa su deuda al Central, y a una tasa menor a la inflación.
¿Por qué el mercado acepta un cambio a primera vista perjudicial? Porque cree que es más improbable que el Banco Central reestructure su deuda (de hecho, nunca lo hizo) a que lo haga un gobierno que ha hecho de la reestructuración casi su razón de ser. Entonces, está dispuesto a recibir una menor tasa para reducir el riesgo de default. El riesgo de este proceso es que gradualmente la deuda pública local se transforme en deuda del Banco Central. El problema es que la deuda en CER equivale al 15% del PBI. Si se la sumáramos a los casi 6,5 trillones de pasivos remunerados que ya tiene el Central, que son casi 11% del PBI (y que además crecieron 13% solo en lo que va del mes), se dejaría a la autoridad monetaria en una situación de alta fragilidad.
Es cada día más imperioso darle independencia a nuestra política monetaria
Un aumento de esta magnitud en los pasivos del Central sin nada (o nada que el mercado valore) en el lado del activo genera un riesgo inflacionario creciente. Diferente es emitir pasivos, por ejemplo, para comprar reservas, como hicimos en 2016-2017, que siempre se pueden vender para cancelar esa deuda y que valen más en una crisis, no menos. Pero claro, una vez pasadas estas obligaciones al Banco Central, para cancelarlas con inflación se necesita un paso menos. No extraña entonces que el dólar anticipe una mayor inflación futura.
Si los desequilibrios siguen, en algún momento habrá que lidiar con esa deuda. Entonces, de lo que se trataría es de obtener recursos a una escala colosal para recomprarla. Solo dos tipos de impuestos podrían aportar lo necesario para lograr algo así: el impuesto inflacionario o una reestructuración o repudio de esa deuda que vendría a ser como cobrarles un impuesto a quienes hoy la tienen.
Pronto vamos a llegar a esa disyuntiva. Cuál de estas dos opciones se elegirá entonces creo que todavía está por verse. Pero el Gobierno se allana el camino para ambas con la movida de pasarle el lío al Central. Por un lado porque, como decía, es más fácil licuar la deuda con inflación una vez que está en el Central y mucho más si está en pesos a tasa fija. Segundo, porque si esta deuda hubiera que reestructurarla, lo tendría que hacer el Central y no el Ejecutivo, una manera de blindarse políticamente de una crisis, que sería, sin lugar a duda, de magnitud. Obviamente, nada auspicioso puede deducirse de las intenciones del Tesoro de una movida que consiste en sacarse de encima el problema. Como ex presidente del Central, ver esa institución absorbiendo el riesgo político y económico de la política fiscal, dejando totalmente de lado sus objetivos fundamentales, me hace reflexionar sobre la necesidad cada día más imperiosa de darle independencia a nuestra política monetaria.
En Succession, la exitosa serie de HBO, el protagonista, Logan Roy, dice en una coyuntura difícil: “Lo único real es el futuro. ¿El pasado? El pasado son solo historias”. Sí, siempre se puede cambiar. Si este gobierno no lo hace, se encamina hacia su destino; triste, solitario y final.
*Profesor plenario Universidad de San Andrés y profesor visitante en Harvard Kennedy School y HEC, París. Ex presidente del BCRA.