COLUMNISTAS
LA PERSONALIDAD AUTORITARIA (II)

Antisemitismo y fanatismo

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Hoover. El director del FBI era homófobo, pero se vestía de mujer a escondidas. | Cedoc Perfil

Según La personalidad autoritaria, libro que analizamos la semana pasada, el antisemitismo, el etnocentrismo y las ideas reaccionarias en sus versiones más violentas no son tanto conjuntos de valores, actitudes y opiniones sino que expresan pulsiones que provienen de la estructura psicológica de la persona, “facetas de su personalidad total”. Las sistematizan construyendo el factor F, una escala de fascismo, integrada por nueve subescalas que crearon estudiando las actitudes de los individuos autoritarios y antidemocráticos más extremistas. Cada una de ellas se descompone en grupos de variables que se pueden medir empíricamente. Parten de la hipótesis de que la personalidad autoritaria “forma dentro de la persona una estructura medianamente duradera que la hace sensible a la propaganda antidemocrática”, que está más allá de los contenidos ideológicos que pueden ser nazis, comunistas, islámicos, o de otro tipo.

Algunas de las subescalas son el convencionalismo, adhesión simplona a los valores convencionales de la clase media a los que se tiene por eternos y absolutos, que suelen ser la base del conservadurismo. La sumisión autoritaria, la actitud sumisa de obediencia incondicional a líderes idealizados por un grupo, que promueve una estructura vertical del poder y el deseo de que sus líderes duren eternamente como Hitler, Stalin, la dinastía Kim, Abu Bakr al-Baghdadi, Maduro y algunas cleptocracias populistas contemporáneas.

La agresión autoritaria, tendencia a ubicar, rechazar, condenar y perseguir a quienes violan los valores que el autoritario cree fundamentales. Para la Inquisición española había que encontrar y quemar vivos a los”marranos”, judíos conversos que practicaban en secreto ritos prohibidos. Para algunos autoritarios contemporáneos ha sido central perseguir a la prensa cuando comete la transgresión de pensar de manera independiente. Superstición y estereotipia: normalmente los autoritarios creen en supersticiones que otorgan a su grupo una misión histórica trascendente. El absurdo intento nazi de demostrar la pureza de la sangre aria emparentándose con los tibetanos o la proclama racista de algunos mestizos barbados que hacen negocio manipulando a los llamados pueblos “originarios” olvidan que todos somos solamente africanos nómades que nos desparramamos por el mundo desde hace 300 mil años. La esterotipia es la disposición a explicar todo lo que ocurre con prejuicios maniqueos: hay buenos y malos, patriotas e imperialistas, el demonio participa de la historia, que se explica por la lucha entre esos seres puros.

La variable “poder y fortaleza” dramatiza la importancia de las relaciones humanas: todos nos dividimos en dominantes y dominados, fuertes y débiles, dirigentes y dirigidos, explotadores y explotados. La escala se desarrolla usando cinco subescalas que miden el culto por la fuerza y el desprecio por el débil, que en el mejor de los casos es un subnormal al que los iluminados deben proteger. Destructividad y cinismo: hostilidad o agresión racionalizada, en contra de grupos cuya persecución parece beneficiosa para el progreso de la historia. La personalidad autoritaria desprecia la pluralidad. Para llevar adelante sus objetivos descalifica a los distintos. El nazismo mató a judíos y gitanos, defendió la eugenesia; el comunismo proclamó en los procesos de Moscú que los colaboradores de Lenin habían sido espías alemanes y los ejecutó. En la posmodernidad hasta el autoritarismo tiende a ser banal, y por lo general solamente ejecuta a los disidentes mediáticamente y pone sus retratos en la plaza pública para que los niños los escupan. La extrema negación del otro lleva al autoritario a mentir sistemáticamente y defender sus posiciones con cinismo: las fantasías que respaldan sus supersticiones son siempre más verdaderas que la realidad empírica. La proyectividad es la disposición a creer en teorías conspirativas que explican la realidad por la acción de fuerzas misteriosas y perversas que orquestan planes de los que necesitamos defendernos. “El individuo autoritario tiende a proyectar sus impulsos reprimidos en otros para perseguir con saña a personas a las que atribuye aspectos de su personalidad que le asustan y quiere negar”. Cuando murió Edgar Hoover, un homófobo extremista, encontraron sus armarios llenos de ropas femeninas. Son los sospechados de la muerte del fiscal Nisman los que creen que el Gobierno asesinó a Maldonado. El sexo: el autoritario está obsesionado por la sexualidad y castiga a los transgresores de las que cree costumbres “correctas”. Mata a pedradas a las mujeres adúlteras; cuando se publicó el libro perseguía a los homosexuales. Actualmente la imposición violenta de valores sexuales a veces viene de antiguas minorías que defienden un pensamiento socialmente “correcto”.

Profesor de la GWU y miembro del Club Político Argentino.