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Apogeo de la astrología

Tuvimos que enterrar a mi gata. Habíamos rescatado a Simona de un techo diecisiete años atrás y nos acompañó fielmente en todas nuestras aventuras, como cualquier ser querido.

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Tuvimos que enterrar a mi gata. Habíamos rescatado a Simona de un techo diecisiete años atrás y nos acompañó fielmente en todas nuestras aventuras, como cualquier ser querido. Nos preparábamos para el momento pero no hay filosofía que aguante. Fue terrible. Corrí de la veterinaria a enterrarla en el jardín antes de que los niños vieran el cuerpo sin vida de quien tanta alegría solía traernos. Planté en su tumba unas plantas que florecen en el invierno, mi hijo le escribió una lápida de cartulina, mi hija de tres años pregunta cuándo la volveremos a ver. Esa misma noche tuve que hacer un trámite bancario por internet; el nombre de mi gata era mi clave de acceso y sin decir ni mu, mi banco me informó que “mi clave había expirado”. Esa sincronicidad existe todo el tiempo pero solo llegamos a percibirla cuando un evento inesperado afecta los matices habituales de nuestra percepción y nuestro arco de sensibilidad se amplifica. Entonces comenzamos a leer las coincidencias como presagios, el azar como mensaje, la secuencia de indicios como horóscopo para dirimir el próximo paso.

Como es habitual, cada estreno de Federico León es una invitación incómoda a salir de la certeza. Yo escribo. Vos dibujás, en el Teatro Cervantes, no es la excepción. Empujado por la voluptuosidad de un coraje difícil de encontrar y una logística difícil de financiar, la pieza es indescriptible y sirve como ejemplo vivo de la angustia que late en la sincronicidad.

Un grupo realiza actividades inconexas. Un campeón de ajedrez se enfrenta a tres aprendices. Las piezas son de chocolate, por lo cual sus adversarios –cuando no el público, críticos incluidos– se van comiendo las piezas (literalmente) y el campeón hace lo que puede. Y pierde. Unos jugadores de ping pong hacen flotar pelotitas con unas aspiradoras y las depositan en copas y tubos. Las pelotitas tienen letras escritas: A, M, R y T, como si su derrotero tuviera la intención de escribirnos un mensaje. A la larga se lee “trama”, pero también “Marta”, “amar”, “rata”, “amar a MARTA”, “matarrata” o casi siempre, nada. Un prestidigitador, unos embocadores de básquet, una heladera abierta, una niña que roba queso de la heladera: todo nos es presentado como en los sueños, pero aquí estamos despiertos y entonces la trama, que en los sueños es fluida, se nos resiste. Los espectadores desesperan. Los que se creen muy modernos quieren interactuar. Pero toda interacción es vivida como pasmo.

Luego se nos invita a pasar a un detrás de escena y la astróloga nos explica con didactismo lo que hemos visto. El mundo como un campo fértil de signos, nuestra existencia a la deriva tratando de imprecar la sincronicidad para hallar un destino y no disolvernos en mero azar. Hay diferentes modos de analizar los signos del mundo. Yo creo que los más científicos son los del psicoanálisis pero, por algún motivo, no todo el mundo es afecto a escuchar las largas horas de la ciencia cuando se trata de atar lo aparentemente inconexo y encontrar respuestas allí donde no hay preguntas claras. Esto explica el auge de la astrología, por ejemplo, con la coartada milenaria del equilibrio de los astros, o la lectura mágica del café, el tarot, las runas o el I-Ching: la calidad de la poesía depende de la inclinación personal hacia un verosímil u otro.

Lo cierto es que la razón gobierna nuestros actos. Y como la razón no explica la finitud –el más definitivo de esos actos–, apareció la filosofía, un mecanismo intermedio de pasaje hacia las otras formas no racionales de la razón: la poesía, el arte, la contemplación absorta. Es también el asunto eterno de la literatura de Paul Auster: ¿hay azar en la ficción? Detrás de cada frase hay un escritor que la elige. Todo lo que aparece en un libro significa. Pero ¿qué escritor elige lo que nos pasa en la vida? ¿Podemos relatar nuestra vida como lo haríamos en la escritura? ¿Cómo sabe mi banco que mi gata acaba de dejarnos para siempre?

Mi hijo de siete años da una explicación que es la correcta: Simona provenía de la galaxia de los gatos y su misión fue la de hacernos felices por un tiempo. Como ya somos muy felices, se volvió a su estrella para esperar otra misión. Que así sea.