Espero que mis lectores, con el pretexto de las fiestas de fin de año, me perdonen una cierta libertad de tono. En esta columna, que será de hecho mi primera de 2011, les hago llegar algunos apuntes de los últimos días.
1. Coincidencias, que son apenas algunos de los permanentes cruces de tiempos y espacios que conforman la cotidianidad y que el padre de la semiótica, Charles Sanders Peirce, llamó el tejido infinito de la semiosis; es decir, de los signos. Tras el ritual, políticamente correcto, de la cena de Nochebuena, pasé el fin de semana, solo, en una casa del Tigre. Calor y silencio, porque había poca gente en la isla, debido supongo a los festejos de la Navidad. A media tarde, me senté en el deck de la casa, bajo la agradable sombra de un parasol, con el regalo de mi hijo en las manos: la última novela de Umberto Eco, El cementerio de Praga, que acaba de publicarse en castellano. Estaba enfrascado en un memorable fragmento que describía, con sabrosos detalles de lujuria, el terror misógino que el sexo le inspira al personaje principal, el capitán Simonini, cuando de pronto escuché, provenientes de una inquietante cercanía, gritos femeninos que sólo admitían dos alternativas de interpretación: orgasmo o abuso sexual. Me dirigí hacia el muelle y descubrí una lancha apresuradamente amarrada al palo que habitualmente sirve para ese fin, no pudiendo menos que contemplar a una joven pareja, ambos desnudos, entregada alegremente a esas prácticas que Simonini aborrecía. No comparto los sentimientos del capitán, pero juzgué oportuno desaparecer con premura y unos minutos después, sentí el motor de la lancha alejándose.
2. Sin diarios (y sin Internet), recién el domingo por la noche tomé conocimiento de la reacción del Gobierno a la violencia del jueves en Constitución: “El Gobierno denunció un complot”. “Les apuntó a Duhalde, a la izquierda y a los medios de comunicación por los graves incidentes”. Cómo es posible, pensé, que el método de lectura de la situación, por parte del Gobierno, siga siendo obstinadamente el mismo. O mejor: cómo es posible que el Gobierno siga pensando que es conveniente seguir haciendo creer que el método sigue siendo el mismo. Extraña preparación del Año Nuevo. Sea como fuere, el efecto de fascinación que me produjo la lectura de los diarios del domingo resultó, al menos en parte, de la lectura de El cementerio de Praga, relato enteramente construido alrededor de lo que se describe como “la belleza de la Forma Universal del Complot”. Con el antisemitismo como hilo conductor, el libro recorre el mundo de Luis Napoleón, la epopeya de Garibaldi, la masonería, el caso Dreyfus y los famosos Protocolos de los sabios de Sión. El capitán Simonini es un especialista en crear documentos falsos: es hasta capaz de producir varios ejemplares de un mismo original. Alimenta las conspiraciones para las cuales sus clientes le solicitan los documentos que sabe fabricar, inspirándose en la ficción de Alejandro Dumas. Y nutre el detallado diario en el que relata sus actividades con innumerables reflexiones. Por ejemplo: “A los agentes del gobierno no había que cargarles la cabeza con demasiada información, quieren sólo ideas claras y sencillas, blanco y negro, buenos y malos, y el malo debe ser uno solo”.
Bueno, comparto en cambio la otra cualidad dominante de la personalidad de Simonini: era un glotón, y le gustaba frecuentar los buenos restaurantes de París. Su error consistía, claro, en considerar antinómicas la actividad sexual y la actividad gastronómica, cuando en verdad son complementarias. En la isla, a unos cien metros de la casa antes mencionada, se encuentra una de las mejores parrillas de la provincia de Buenos Aires. No la nombraré, pero tal vez algún lector bien informado adivine que me refiero a ese lugar donde el arroyo Dorado se encuentra con el Boraso. Las empanadas de carne y el bife de chorizo son un poema. Sin embargo, habiendo solicitado una botella chica de vino tinto, me vi obligado a beber el único disponible: un malbec. Y comprobé, una vez más, que el malbec es un vino zonzo. No es una cuestión de precio: aún en sus versiones más caras, no tiene en la degustación nada demasiado interesante que contar. Y tampoco lo favorece la guarda: cuando se es zonzo, la edad no ayuda. La oferta de la producción vitivinícola argentina está hoy entre las más ricas y sutiles del mundo, y no obstante se insiste en reducir su imagen al malbec. Entendámonos: es una mala estrategia de marketing; no estoy diciendo que sea un complot.
*Profesor plenario, Universidad de San Andrés.