Mientras se me empiezan a escapar las primeras lágrimas, miro de reojo la sala repleta. No soy la excepción sino la regla. Esa emoción colectiva se repetirá varias veces a lo largo de la función. Y acaso sea una de las explicaciones de por qué Argentina, 1985 es mucho más que una película impactante sobre el histórico Juicio a las Juntas, además del guión, las actuaciones, el casting, la reconstrucción de época y muchos etcéteras: se erige en un fenómeno social a partir de un hecho cinematográfico en estos tiempos de desesperanza.
Es cierto que el film parte de una base muy potente. Lo que cuenta es algo tan real como extraordinario. La Argentina es el único país en la historia mundial que superó una dictadura y casi de inmediato juzgó a los principales responsables del saliente régimen por delitos aberrantes. No todo puede ser catalogado bajo el latiguillo fácil de la frustración y la decadencia, como acaba de sostener Macri desde España.
Ese hecho excepcional fue protagonizado por personas normales, sin falsos barnices de heroicidad. Con pliegues, como cualquiera. Desde el fiscal Strassera y el tribunal, pasando por algún funcionario radical y hasta el propio presidente Alfonsín, impulsor esencial para que el juzgamiento fuera civil y no militar. La defensa de los derechos humanos desde el Estado no empezó con el kirchnerismo.
El eje central está en Strassera, claro, en la piel de Darín. Retratado como un hombre gris, podríamos decir. Algo paranoico, manipulador y dubitativo, que con creciente decisión se anima a hacer lo que había que hacer, con costos personales, familiares y profesionales. Lo mismo que su joven adjunto Moreno Ocampo y el equipo que armaron.
Con la decisión de evitar el tono de recreación meramente documental, la película pinta seres de carne y hueso, que ponen sobre la mesa todos los conflictos alrededor de la misión a cumplir, los propios y los del contexto. ¿Podremos? ¿Nos dejarán? ¿Servirá de algo? Son preguntas permanentes que sobrevuelan en la butaca y fuera de ella.
Esos mismos interrogantes son expresados por los personajes claves de esta historia: quienes sobrevivieron al horror padecido, las víctimas. Sin sus valientes testimonios, nada de esto hubiera sido posible.
Porque más allá de que fueron necesarios para sostener legalmente la acusación y la sentencia, esas declaraciones desgarradoras –empezando por la de Adriana Calvo de Laborde, la que más se muestra en la obra- expuso a gran parte de la sociedad a dejar de mirar para otro lado. Sí, también a la mamá de Moreno Ocampo. Un día después del estreno en cines, Milei y Bussi jr. volvieron a poner en duda en Tucumán los 30.000 desaparecidos.
La madre del fiscal adjunto y el hijo de Strassera son centrales para activar las cuerdas emocionales de los vínculos filiales. En cada quien. Hacia arriba y hacia abajo. Moreno Ocampo, interpretado por Lanzani, aspira a convencer a su mamá, no solo a hacer justicia. El hijo preadolescente del fiscal se aferra al padre hasta cuando éste se frustra porque el tribunal no le concedió todas las condenas pedidas: “¡Mamá, mamá, papá metió en cana a Videla y Massera!”, vocifera en su casa.
Sería una deshonestidad intelectual que evite mencionar en este texto un ingrediente extra y particular respecto a lo que moviliza Argentina, 1985. Fui parte del escaso público que pudo asistir desde la bandeja del primer piso de la sala de audiencias del Palacio de Tribunales al alegato de Strassera, el inolvidable día del “señores jueces: Nunca Más”. A pesar de las miradas desafiantes de varios ex comandantes al levantarse y salir del recinto, una euforia tan dolorosa como catártica rodeó nuestros aplausos y gritos, que la policía no pudo impedir. Hay aparentemente una sola foto de ese instante, que el film también muestra a la hora de los créditos.
En unos días la película se podrá ver por streaming. Ojalá puedan verla donde puedan. Si es en un cine, mejor. Porque es una experiencia a compartir, sobre todo con quienes son más jóvenes y no vivieron ese hecho virtuoso, pese a todos los claroscuros del durante y del después. Y abre una luz, tenue pero luz al fin, de que se han hecho cosas que están bien y valen la pena. Nada mal para esta época tan oscura.