“Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado; porque una vez arrojado al mundo, es responsable de todo lo que hace.”
De El existencialismo es un humanismo (1945), de Jean Paul Sartre (1905-1980).
Messi. Fue Messi, Verón, la firmeza de Mascherano y ese frentazo de Heinze. Muy poco más, frente a un equipo duro como un roble, torpe y sin la menor imaginación a la hora de atacar. Eso sí, Nigeria, al menos, intentó avanzar siempre por el costado derecho argentino, notorio talón de Aquiles de un equipo que sufrió demasiado por la generosa espalda de Jonás –linda, su camiseta entallada– que evidentemente ni idea tiene de cómo jugar bien de marcador de punta. De nada por la ventaja, morochos.
Higuaín, lástima, falló todo lo que tuvo, Tevez puso garra pero una vez más chocó y jugó mal, Di María ni la tocó y la defensa sufrió más de la cuenta en cada pelota cruzada. La distancia entre Messi y el resto fue abismal, casi ridícula. Cuando la tiene y acelera, parece imposible de parar. Es cierto que el arquero le tapó varios mano a mano, pero fue el mejor, lejos. Cracks como Tevez, Higuaín, Milito o Verón, parecen simpáticos partenaires a su lado. Impresiona.
La magia duró los primeros 15, 20 minutos. Volaban. Pim, pum, pam, diría el doctor balbuceante. La mística del ’86, el Macrocéfalo Prohibido con su vuelta triunfal a la concentración y todo el estúpido ritual de coincidencias que algunos colegas destacaban en los infinitos tiempos muertos entre partido y partido… todo resultó un espejismo. Un breve impulso que se desvaneció en cuanto el apichonado rival propuso algo diferente. Entonces, la cosa se emparejó, insólitamente. Sucedió, pese a que la superioridad técnica argentina, nombre por nombre, era indescontable. ¿Por qué? Porque los equipos se forman con 11, no con 1 más 10. Y porque para algo están los entrenadores. Al menos, en el resto del mundo, la cosa funciona así.
Si a los 35 minutos del primer tiempo la Armada Brancaleone parecía la tripulación del Titanic después del iceberg, cuando el equipo acentuó su desconcierto en el segundo tiempo y Verón pidió el cambio, bueno... allí directamente entró en pánico. Máxima tensión: Mancuso susurrándole cosas al oído a un Maradona con la vista perdida, Enrique pálido, tragando saliva. Glup. Ya sin distribuidor en el medio, Maxi ocupó la franja derecha y Jonás se quedó atrás, al menos hasta que Burdisso entró para cerrar el partido, aguantar, tirarla para arriba y abrazarse al final. Vamos todavía, Dios es argentino, esas cosas.
El personaje Maradona sigue conmoviéndome, aunque muchos crean que lo detesto sólo porque me parece espantoso como director técnico. Que esté vivo, después de todo lo que sufrió, ya es un acto heroico superior a todas sus hazañas deportivas, y que se resignara a usar ese incómodo traje gris sólo porque se lo pidieron sus hijas me pareció –y lo digo sin ironía– un acto de amor. Deidad pagana, mito viviente, héroe nacional, todavía es el mejor espejo de la argentinidad profunda, con todo lo bueno y lo malo que eso significa. Contradictorio, visceral, desmesurado, instintivo, fiel, infiel, autodestructivo, involuntariamente genial. Nuestro eterno retrato de Dorian Gray.
Algunos colegas me preguntaron, con esa ironía única que tan populares nos ha hecho en el mundo entero, de qué voy a disfrazarme si Maradona vuelve victorioso de Sudáfrica. Mmm… ¡Easy, boys! Nada cambiará, aun con la copa dorada brillando en la AFA. Todo se hizo mal. Todo. Grondona no quiso, no supo o no pudo rodearlo con gente idónea para no exponerlo cruelmente al papelón, armaron un sainete patético con Ruggeri en el que sólo faltó Ricardo Fort y el equipo jugó pésimo siempre, pese a sus muchos jugadores de élite. Ninguna victoria heroica modificará semejante disparate, lo siento.
Pero entonces, ¿tenemos chance o no? Respuesta: sí, la tenemos, aunque suene insólito imaginar un buen final para un guión tan berreta. Negar las chances de un plantel que cuenta con Messi y Verón, más Higuaín, Milito, Tevez y Agüero en un momento brillante, sería una idiotez. Y más con partidos a todo o nada, durante un mes. Con convicción, mucha suerte y buena salud, hasta podrán ganar, aunque el equipo sea… la nada misma, sartreanamente hablando. A ver, intentaré explicarlo.
Más allá de sus títulos y sus millones, estos jugadores hoy no son realidad. Son “posibilidad”. Un grupo “arrojado” al Mundial, eyectado sobre la cancha y a merced de “sus posibles”, que seguramente serán –el dogma maradoniano es implacable en su tendencia al extremo– la gloria o Devoto. Minga de “pienso, luego existo”, muchachos. Maradona, lejos del cartesianismo bielsista, nos desafía con un antiesquema que parte de la nada y, por eso mismo, se condena a la libertad absoluta. A ser lo que cada jugador pueda hacer con lo que el técnico antes hizo de él. A improvisar, más allá de los esquemas, como en el free jazz; a liberar sus talentos, a hacer lo que quieran y puedan.
¡Wow! Acabo de descubrir que tenemos una Selección existencialista, compatriotas. ¿Pueden creerlo? Only in Argentina.