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el viaje a nueva york

Argentina, cada vez más lejos del mundo

La novedad es que gran parte de los dirigentes políticos dediquen su tiempo a la relación de la Argentina con el mundo. Lo normal, en cambio, es que los análisis repitan una tendencia constante: lo que importa son los datos del día a día, nunca el cuadro puesto en un contexto mayor.

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La novedad es que gran parte de los dirigentes políticos dediquen su tiempo a la relación de la Argentina con el mundo. Lo normal, en cambio, es que los análisis repitan una tendencia constante: lo que importa son los datos del día a día, nunca el cuadro puesto en un contexto mayor.
Estos análisis críticos denuncian el desajuste entre la realidad y los éxitos imaginarios del viaje de la señora Presidenta a Nueva York. Sin embargo, ésta no es una actitud nueva: es la manera como la mayoría de la dirigencia política entendió su relación con el mundo, por lo menos, en los últimos 30 años.
Los viajes al exterior de los presidentes argentinos se han organizado casi siempre mirando el mercado local, no el mundo.
La efectiva repercusión internacional de estos viajes se acerca a cero, más aún cuando se realizan para concurrir a la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Casi todos los presidentes han hablado en el Council on Foreign Relations. Casi siempre, también, ha estado presente David Rockfeller, que en esa casa no es un invitado, porque es el Chairman Honorario de la institución. Asimismo, es el patrocinador del think tank del Council cuyo nombre es, precisamente, Council on Foreign Relations David Rockefeller Studies Program.
En septiembre de 1984, en un almuerzo cuyo invitado de honor fue Raúl Alfonsín, Rockfeller sentado a su lado expresó textualmente, en correcto español: “Tengo el honor de presentar a mi amigo el presidente Alfonsín, de Chascomús”. Los unía, como se sabe, una larga amistad y eso obviamente tenía su importancia para la relación entre ambos países.
La Argentina produjo dos actos de desvinculación del mundo real que no generaron –en su momento– indignación ni protestas de la mayoría de los dirigentes políticos: el 2 de abril de 1982, cuando invadió Malvinas, ese mundo real más que indignarse se asombró.
De la Argentina había “una cierta idea” y gracias a este supuesto el país figuraba en el tablero de los países previsibles; el 23 de diciembre de 2001 se anunció el default de la deuda externa en la Asamblea Legislativa mientras la inmensa mayoría de senadores y diputados aclamaban la decisión cantando el Himno Nacional.
Un comentario que se escuchaba en esos días en instituciones financieras del exterior era el siguiente: “ya no se trata de los militares, los que no son confiables son los argentinos”.
El Gobierno actual no ha creado los males que separaron a la Argentina del mundo. Ha llevado esos males al colmo, que es una cosa distinta.
Los últimos 30 años enseñan que en la Argentina la historia empieza con la llegada de cada nuevo gobierno. O sea, que no existe responsabilidad compartida entre los distintos partidos y dirigentes que se suceden en el tiempo. Los argumentos pueden ser personales o ideológicos pero lo cierto es que otros tienen la culpa de los efectos no queridos de las políticas aplicadas.
Desde hace muchos años hemos creado un país de fantasía, un especie de teatro del absurdo, con gobiernos autistas que denuncian el pasado como una maldición gitana y construyen su propia versión de la realidad hasta que desaparecen, dejándonos más pobres, más aislados y más confundidos.
Sería una buena idea poner el viaje de la señora Presidenta y la política exterior del Gobierno en el marco de estos antecedentes y preguntarse cuántos dirigentes están dispuestos a cambiar. Porque no sería suficiente, si la idea realmente es cambiar, que la oposición trate de ser gobierno para repetir la misma política sólo con el aporte de otros nombres, otros modos y otro discurso.

*Director de la newsletter Carta Política, editada por la Fundación Pensar.