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LACRAS

Argentina fascista

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En septiembre de 2013, cuatro vecinos de La Matanza fueron absueltos por la muerte a palazos y patadas de Lucas Navarro (15 años). Cincuenta personas lo habían golpeado y nadie quiso brindar testimonio en contra de los acusados.

En Rosario, otros cincuenta “justicieros” golpearon a David Moreyra (18 años), lo patearon en el medio de la calle y lo dejaron en coma con pérdida de gran parte de la masa encefálica. Murió a los cuadro días. Otros dos jóvenes, en Rosario y en Santa Fe, fueron casi linchados por voluntariosos ciudadanos. En el finísimo barrio de Palermo también se repitió el escándalo de una violencia totalmente desinhibida, ejercida por ciudadanos corrientes contra un menor, cuya pasión fue testimoniada por un sociólogo atónito que casualmente pasaba por ahí (otro tanto hizo Mario Wainfeld en Página/12).

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El humanismo (y sus instituciones asociadas: la escuela, en primerísimo término) fue siempre la mejor mecánica inhibitoria de la bestialidad humana (la humanitas clásica se oponía al circo romano).

Todo eso parece haber desaparecido y hoy las personas corrientes se entregan al asesinato con una algarabía que parece sacada de la peor pesadilla fascista: la metafísica de la desinhibición que domina a una masa dispuesta a destruir hueso por hueso, nervio por nervio, a aquel que pone en el lugar de un enemigo indeterminado (“negro”, “peruano”, “ladrón”, “villero”).

De quién es la responsabilidad, es difícil saberlo, pero no se debe pasar por alto que todo sucede en un contexto de desvalorización sin precedentes de la educación y sus valores.

Es intolerable que haya una sociedad dispuesta a mirar hacia otro lado mientras sus vecinos matan a patadas a un pobre diablo, y mucho más que haya políticos que pretendan sacar un rédito de ese umbral que la humanidad cruza para volverse jauría salvaje. De las lacras que aplauden tan tristes sucesos en las redes, mejor ni hablar.