En los últimos días se dio a conocer que la Argentina descendió a la categoría “standalone”, según el índice que elabora Morgan Stanley Capital International ( MSCI), que es tomado en cuenta por miles de fondos de inversión. Pasó a ser parte del último grupo, compartiéndolo con un reducido número de países: Trinidad y Tobago, Líbano, Palestina, Zimbabwe, Botswana, etc. (La Nación 24-6-21).
En este índice, que es seguido de cerca por millones de inversores financieros a la hora de diseñar su portafolio de colocaciones, desde el año 2018 la Argentina se encontraba en la segunda categoría, inmediatamente debajo de las naciones más desarrolladas, compartiendo este grado con países vecinos como Brasil, Chile y Uruguay, entre otros.
Tal degradación tendrá obvias consecuencias en el sector público, al borde del agotamiento financiero.
El país ya se encuentra fuera de los mercados en función de las políticas actuales, pero esta nueva calificación consolida ese alejamiento, en un contexto donde vecinos de la región se están endeudando a tasas muy bajas.
Son muy malas noticias para las finanzas públicas, en cuanto a las aspiraciones de la Argentina de retornar a los mercados de crédito internacionales una vez cerrado un hipotético acuerdo con el FMI a principios de 2022.
La degradación de la calificación del país, a su vez, tendrá consecuencias directas en las empresas del sector privado, que se verán muy dificultadas para acceder a crédito en el exterior, lo cual afectará no solo sus hipotéticos planes de inversión, sino su acceso a financiación para insumos importados, imprescindibles para proseguir su actividad productiva. En el país del plano inclinado, continuamos descendiendo.
Por otra parte, ya no es el dilema planteado por el Presidente en su momento, de “salud o economía”, ni tampoco cabe la excusa oficial atribuyendo a la pandemia todos nuestros males. No nos va tan bien en la apreciación mundial sobre el modo de enfrentar el flagelo.
La recalificación de Morgan Stanley, que supone una descalificación y que desaloja al país del universo financiero, tiene su correlato con la apreciación que el mundo hace del modo en que el país ha enfrentado la pandemia.
Los casi 100 mil muertos exponen con claridad que también se está perdiendo la batalla sanitaria, evidenciada ya en la apreciación exterior, pese a los gestos triunfalistas en tono electoral.
La agencia Bloomberg ha elaborado un ranking que refleja la manera en que 53 economías del mundo lidian con el coronavirus, utilizando una variedad de datos relacionados con la situación epidemiológica, la calidad de vida y el progreso de las reaperturas, para identificar a los mejores y los peores lugares para estar en la era del covid-19.
Analiza indicadores claves como, entre otros, porcentaje de personas vacunadas, tasa de muertes, reapertura del turismo, educación presencial, y ubica al país en el puesto 53 (último), debido a “las infecciones que continúan aumentando, las restricciones aún vigentes y a los despliegues de vacunación vacilantes” (La Nación 29-6-21).
No hay lugar para festejos, a excepción del canto populista que declama: “No pagar al FMI”, “ no honrar nuestras deudas”, en algunos casos intencionalmente políticos, y en la mayoría a partir de la ignorancia respecto a las terribles consecuencias que a futuro, y también en el presente inmediato, supone este ostracismo del mundo, coherente con el aislamiento político al que nos encamina nuestra política exterior actual, acompañando a países dictatoriales o con un sistema de instituciones democráticas resquebrajadas.
Tampoco, obviamente, caben los publicitarios spots oficiales en los cuales, a despecho de la realidad observada tanto en el país como la que contempla el mundo, tratan de exhibir un idílico e irreal presente.
Nada para celebrar.
*Economista argentino. Presidente honorario de la Fundación Grameen Argentina.
Producción periodística: Silvina L. Márquez.