Según un eminente crítico de pintura, el kirchnerismo consistió básicamente en un gobierno que comenzó con los mejores propósitos, desaprovechó la oportunidad histórica de investigar la deuda externa, quiso eternizarse comprando media Argentina en vez de cambiarla aprovechando el alza de las commodities, y en busca de su duración se empeñó en su pelea paranoica y cerril con todo lo otro que no oliera a ellos o a sus conversos de temporada. En el fin, sólo queda la imagen de una épica que resultó puro jarabe de pico y el sueño inverosímil de perseguir la gloria y quedar en la memoria de los hombres mediante la obstinación palabrera en el recuento del pasado. Mirando hacia delante, sólo parece esperarnos el ajuste, las reacciones de los sectores, y los palos que prometen a gusto tanto los videos policiales de Scioli como imparten a piacere y con anuencia de Vidal los muchachos de la Metropolitana. Este inventario de lo peor me hace acordar de la minisemblanza que este mismo crítico escribió sobre Amadeo Modigliani y que misteriosamente parece aludir a nuestra Argentina: “En las psicobiografías del arte del siglo XX hay un lugar reservado para el pequeño larguirucho que nació con pleuritis, sufrió de tifus con complicaciones pulmonares que desembocaron en la tuberculosis que se vio agravada por su entusiasmo por la bebida y la noche, y que desembocaron en la nefritis que lo llevó a la tumba a los 36 años. No hay retrato suyo, aun los más coloridos, que no hable de la experiencia de la enfermedad convertida en asunto”.