Según la RAE en línea, lo real es aquello que tiene existencia objetiva. Y, en efecto, así lo concebían los filósofos de distintos tiempos –permítame usted la generalización–, para quienes conocer no es sino una actividad contemplativa que declara como verdadero el conocimiento que coincide con el objeto conocido. Es decir, con la cosa a la que refiere.
Vista en esta perspectiva, la imitación o mímesis –estoy citando a Aristóteles en su Poética, por supuesto– es simplemente la representación de la realidad. Representación que, tal cual enseña el estagirita, ha de buscarse en las artes en general y en el drama o la épica en particular. Y que resulta agradable de contemplar y es natural a la condición humana desde la infancia (sigo citando al gran filósofo).
En los últimos tiempos hemos empezado a familiarizarnos con las expresiones de la Inteligencia Artificial. Por un lado, la estrictamente verbal, que se corresponde con los grandes modelos de lenguaje (LLM) como ChatGPT, pero también con el Boti de la Ciudad de Buenos Aires o con los contestadores que nos dan opciones y hasta nos piden que esperemos en línea. Por el otro, con los hologramas que empiezan a recibirnos en los aeropuertos y los robots con caras de goma que hacen gestos sorprendentemente parecidos a los nuestros mientras nos hablan. Y con imágenes creadas artificialmente.
No nos vamos a quedar sin trabajo
Si se une la línea de puntos entre los dos primeros párrafos de esta columna y el último, es necesario introducir otro concepto más, filosófico también: el verosímil. El eikós aristotélico, traducido al español tanto como verosímil cuanto como probable, se asocia en los distintos escritos (la Retórica, la Poética) a dos condiciones simultáneas.
Lo verosímil es lo que sucede la mayoría de las veces. Como tal, es esperable que vuelva a suceder. Pero no es solo eso. Lo verosímil es lo que coincide con la opinión generalmente aceptada o plausible. Eso que damos en llamar la doxa.
En su conjunción de estas dos condiciones –afirma el maestro–, el verosímil se convierte en un verdadero factor de persuasión. Como él mismo nos explica: “Una imposibilidad verosímil es preferible a una posibilidad inverosímil”. E insiste: “Es preferible una imposibilidad convincente a una posibilidad inaceptable”.
Quiero fundar en ello mi argumento. Puede suponerse que las vidas de las sociedades actuales son más diversas que las propias de la polis griega. Esto permite inferir que las doxas ya no son ni tan unitarias ni tan universales. Y permite, asimismo, entender que las frecuencias para unos no necesariamente coincidirán con las frecuencias para otros.
Si lo que estoy diciendo es efectivamente así, no solo encuentro una base para justificar la noción de posverdad y el concepto de cámara de eco (que alude, muy grosso modo, a escuchar solo lo que creíamos de antemano y a rechazar lo que se le opone). Encuentro también una razón para develar la –aparente, al menos– predisposición actual a confiar con convicción en los productos de estos sistemas de Inteligencia Artificial, que imitan la producción humana.
Me refiero a esa confianza casi ciega, por ejemplo, en las respuestas que nos brinda ChatGPT a preguntas de lo más variadas. Respuestas razonables y formuladas de un modo sin dudas categórico, aunque a veces fundamentadas solo en la repetición –una forma de la frecuencia– de los contextos en que aparecen las palabras. Pero mentirosas. O alucinatorias, como dicen los especialistas.
Y también este asombro crédulo o esta pedante confirmación que nos suscitan imágenes inventadas, pero creíbles que se difunden en redes sociales y en las que se ha tomado un elemento de la realidad y se lo ha cambiado de contexto o se le han agregado datos visuales. Imágenes en las que se ha modificado el original. O que fueron creadas prácticamente de cero.
De seguir en esta línea, de profundizarse esta inclinación a admitir lo que nos entregan los algoritmos, se me ocurre que la RAE deberá volver a discutir la definición de lo “real”. Y transformarla en algo así como “que tiene apariencia de verdadero”. Aunque entonces, sospecho, si usted me lo permite, deberán redefinir “verdadero”. Y ahí ya no me meto.
*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.