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La lengua Argentina

Actos que cambian el mundo

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Rugbiers. Pudo pensarse que hablarían con el corazón, pero repitieron un brevísimo guión. | telam

En una serie de conferencias dictadas en Harvard en 1955, el prominente filósofo británico John Langshaw Austin desarrolló su teoría, que sería el puntapié inicial de la Pragmática Lingüística. Publicadas como Cómo hacer cosas con las palabras a principios de los años sesenta (la traducción al español del título inglés es literal), esas conferencias ofrecen una novedad indispensable para los estudios del lenguaje. Y es que, hasta ese momento, los estudiosos del lenguaje solo se ocupaban de estudiar la verdad o falsedad de los enunciados.

La primicia de Austin es que hay otros enunciados que también merecen interés: esos de los que no se puede predicar la verdad o la falsedad. Frente a aquellos que ocuparon largamente a los semantistas (y que Austin llamó constatativos), él se dedicó a los que nombró como realizativos: los enunciados que, por el solo hecho de ser pronunciados y sin describirlo, cambian el estado del mundo.

Permítame explicarme con los que implican una forma de compromiso. Cuando usted dice ante el juez y frente a su pareja “Sí, quiero”, ya está; el mundo ha cambiado y aunque la acción se pueda revertir (existe el divorcio), hay un montón de consecuencias ineludibles que esas dos palabras traerán consigo.

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Estos enunciados que cambian el estado de cosas en el mundo los llama Austin actos de habla. Los actos de habla pueden cambiar el estado de cosas de manera intensa, como el matrimonio, o de manera más o menos sutil, como una felicitación. La felicitación, por caso, cambia el estado de cosas en el sentido de que quien felicita advierte y reconoce un logro de quien recibe la felicitación.

Ahora bien, en el estudio de los actos de habla, Austin prevé la existencia de los infortunios. Infortunios que pueden darse de distinto modo. Por ejemplo, si quien toma el juramento del matrimonio no es una persona autorizada (no es un juez, es un estudiante), el acto será fallido, o sea, no tendrá validez.

Pero hay un caso de infortunio que es mucho menos evidente en la mayoría de las situaciones: el que Austin llama acto hueco. Un acto hueco consiste en emitir las palabras que corresponden sin acompañarlas de la intención que les corresponde. Una especie de engaño. De ese modo, cuando alguien felicita a su competidor que ha ganado un premio mientras piensa en silencio “Ojalá te murieras”, ese alguien está cometiendo un acto hueco. Y es probable que nadie más que ese alguien se entere de la oquedad.

En las últimas semanas, los programas periodísticos han estado tomados por la causa del asesinato de Fernando Báez Sosa. Tras la presentación de las pruebas, tras los alegatos de la fiscalía y de la querella, tras el alegato de la defensa, los ocho jóvenes imputados hicieron uso de su derecho a hablar antes del veredicto.

Pudo pensarse que hablarían con el corazón. Pudo pensarse que se mostrarían turbados, humanos, asustados por la pena que les puede caber y que puede decidir estrictamente su futuro a largo plazo. Pudo pensarse que cada uno diría su verdad a su manera, que se adueñarían de ese derecho.

Pero no. Repitieron una especie de guión breve, brevísimo, con mínimas variaciones. “Pedir disculpas”, “personas afectadas”, “ojalá se pudiese volver el tiempo atrás, pero no se puede”, “murió un chico de nuestra edad”, “gracias por el espacio”.

Ni siquiera quien fue caratulado como líder del grupo y le da nombre a la causa, aunque rompió en llanto mientras hablaba, consiguió conmover. Los tres años de encierro, quizá, han causado esta indolencia. El propio miedo, tal vez. La estrategia del defensor, puede ser. Se los vio fríos, apáticos, con una actitud como mecánica.

En todo caso, las disculpas sonaron huecas. Un inmenso infortunio en esta hora para ellos mismos.

Desde luego, quienes juzgan no tomarán –no deben tomar– este dato para emitir su sentencia. No es así cómo funciona la Justicia y es bueno que así ocurra. La Pragmática según Austin (que no juzga, describe) se preguntaría, sin embargo, qué sentimientos albergaron estos jóvenes mientras pedían perdón. Solo ellos lo saben.

*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.