CULTURA
Pensador eterno

Filosofía en 3 minutos: Aristóteles

Filósofo, polímata y científico, fue discípulo de Platón. Sus ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios.

Aristóteles sostenía que la verdadera felicidad consiste en hacer el bien.
Aristóteles (Estagira, 384 a. C. - Calcis, 322 a. C.). | Wikipedia

Hijo del médico del rey Amintas III y posteriormente preceptor de Alejandro Magno, también llamado “el Estagirita” por su ciudad de nacimiento (Estagira, Macedonia, norte de la Antigua Grecia) o simplemente “el Filósofo” en la Edad Media, Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.) ha sido uno de los filósofos más influyentes de la historia, y aún hoy su pensamiento permanece en diversas escuelas filosóficas. Desde el 60 a.C., año en que el erudito Andrónico de Rodas ordenó y editó su obra, el aristotelismo ha atravesado Occidente hasta la actualidad, si bien con el derrumbe del Imperio Romano ingresó en un largo ocaso, que llegó a su final en el siglo XII a partir de la difusión de los comentarios aristotélicos del filósofo árabe Averroes. Hasta ese momento la cultura occidental sólo conocía los tratados lógicos del Órganon, cuyas enseñanzas se han mantenido vigentes durante siglos. Por lo demás, la cosmología geocéntrica de Aristóteles se prolongó desde el siglo II en el geocentrismo de Ptolomeo, que recién en el siglo XVI fue sustituido por el modelo heliocéntrico de Copérnico. 

Se dice que Aristóteles llegó a los 17 años a la Academia de Platón, y allí permaneció hasta la muerte de su maestro, acaecida 20 años después. En el 347 a. C. abandonó Atenas, y se radicó en la ciudad de Asso (Asia Menor) bajo protección del tirano Hermias. Luego regresó a Macedonia al servicio del rey Filipo II, que lo nombró preceptor de su hijo Alejandro. Hacia 335 a. C. retornó a Atenas, abrió su propia escuela en un paseo cubierto (un perípatos), y la cerró 13 años después a causa de los sentimientos antimacedónicos que predominaban en la ciudad y se marchó de ella. Según Diógenes Laercio, un sacerdote lo había acusado de impiedad (una de las acusaciones contra Sócrates) por un himno compuesto para Hermias que reproduce en Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres. También dice que Aristóteles tenía las piernas flacas y los ojos pequeños, usaba vestidos preciosos y anillos, y se cortaba la barba y el pelo. Se admite, en general, que murió en la Isla de Eubea, en el mar Egeo, un año después de la muerte de Alejandro Magno.       

Filosofía en 3 minutos: Kant

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Sin duda, el averroísmo medieval, los comentarios de los franciscanos de la llamada Escuela de Oxford, las interpretaciones teológicas de San Alberto el Grande y Santo Tomás de Aquino, que se enfrentaron a las prohibiciones y condenas de los arzobispados de París y Canterbury que recayeron sobre la física y la metafísica de Aristóteles, contribuyeron a la definitiva adopción del aristotelismo por la Escolástica en el bajo medioevo que aún llega hasta nuestros días. Pero muchos conceptos aristotélicos perviven en los filósofos modernos, como es el caso de Descartes, Leibniz, Hegel, Marx, Nietzsche, Brentano o Whitehead, entre otros. En la actualidad ciertas expresiones del republicanismo (manifiestamente el llamado republicanismo neoaristotélico) se inspiran en la filosofía política aristotélica, en especial en el final de la Ética niquomaquea donde Aristóteles afirma que la ética culmina en la política, y en algunos pasajes de Política (del neutro plural Politikón, genitivo de tá politiká, “las cosas políticas”), un texto mutilado y desconocido durante unos quince siglos. 

Simplificando mucho, la historia del republicanismo incluye los clásicos griegos (Solón, Clístenes, Pericles, Herodoto, Polibio, Platón y Aristóteles) y romanos (Plutarco, Ovidio, Juvenal, Cicerón, Séneca), la idea de república en algunas ciudades-estado de la Italia renacentista, el republicanismo inglés (James Harrignton), el republicanismo revolucionario (Maquiavelo, Tomás de Aquino, Bodin, Hobbes, Locke, Montesquieu, Rousseau, Kant, Hegel), el primer constitucionalismo norteamericano (Thomas Jefferson, James Madison), parte de la doctrina de la revolución francesa, el neorrepublicanismo actual (Gordon S. Wood, John Pocock), el republicanismo neoaristotélico (Alasdair MacIntire, Charles Taylor, Michael Walzer, Hannah Arendt) y el republicanismo neorromano (Quentin Skinner, Philip Pettit). Por lo tanto, se deduce fácilmente que hay múltiples versiones del pensamiento republicano y que no todas acuerdan entre sí. Un esquema posible (no el único, desde luego) para distinguir algo en este embrollo consiste en aislar dos grandes líneas: un republicanismo democrático y un republicanismo liberal. 

Filosofía en 3 minutos: Platón

Si esto es así, la oposición o el grado de divergencia de estos republicanismos, en la medida que uno (el democrático) defiende el gobierno del pueblo y el otro (el liberal) el gobierno de las leyes, remite directamente a la filosofía política de Aristóteles como su raíz más originaria. Ahora, llegado este punto, es necesario aclarar que la palabra “república” (del latín res publica: “cosa pública”) fue utilizada por los romanos para traducir el vocablo griego politeia (“régimen político”, “constitución”, “organización política”) tanto en el caso de la Politeia de Platón, conocida como República – un equívoco, porque la ciudad ideal platónica no es una “república” ni en el sentido romano ni en el moderno –, como con relación al uso de esta palabra en Politiká de Aristóteles, donde designa cualquier régimen político y, a la vez, un régimen determinado que se caracteriza por responder al interés común y que se ha traducido como “república” para diferenciarlo de los otros regímenes, es decir, de la monarquía y la tiranía, de la aristocracia y la oligarquía y de la democracia extrema (o “demagogia” para algunos autores) como desviación justamente de la politeia perfecta que atiende al interés común. 

Se diría que en esta disensión aristotélica entre “república” y democracia se origina en gran parte la controversia filosófica y política entre el republicanismo democrático y el republicanismo liberal. Este último hoy se pronuncia, por ejemplo, a través de Pettit (filósofo del PSOE español) quien enfatiza en la posición anti-tiránica republicana adversa a toda dominación (democrática o no), o el historiador británico Skinner, que argumenta a favor de un Estado libre como ideal de la república. No obstante, como se ha observado, el republicanismo liberal es cercano en algunos aspectos al liberalismo igualitario representado por politólogos como John Rawls. Por el contrario, el republicanismo neoaristotélico (o también comunitarista) rechaza la neutralidad del Estado reclamada o puesta en práctica por los liberales y más bien considera que esa es la causa de falta de identificación de los ciudadanos con su organización gubernamental, de la desintegración social y la indiferencia política.

En Aristóteles la diferencia entre “república” y democracia (participativa o directa, según el modelo ateniense, obviamente) se funda en que ésta no respeta el interés común sino sólo el de los pobres, y por esto mismo la define como una politeia desviada, no porque no gobierne conforme a las leyes. La tiranía, según esto, que sólo se basa en el interés del tirano, es un desvío de la monarquía, la oligarquía (gobierno de los ricos) de la aristocracia, y la democracia de la “república”. En rigor, para Aristóteles, todos los regímenes políticos cuyo eje es el bien común deben reconocerse como rectos, en cuanto conciernen a lo justo, pero aquellos que responden únicamente al beneficio de los gobernantes (sea el soberano un solo individuo, unos pocos o la masa de los ciudadanos) son simplemente despotismos. La “república”, en este sentido, conforma un sistema de gobierno democrático que se dirige al interés común, no a los intereses particulares de los pobres o de los ricos.  

Lo cual no significa, en la filosofía política aristotélica, que la oligarquía o la democracia carezcan de alguna idea de justicia, pero siempre es parcial. Algunos se juzgan desiguales respectos de otros a causa de sus bienes materiales y entonces creen que son completamente desiguales, mientras que otros, iguales en ciertos aspectos – en su libertad o en su pobreza –, pretenden la igualdad en todo. En otras palabras, unos entienden que lo justo es la desigualdad, aunque no para todos sino sólo para los desiguales, y los otros que lo justo equivale a igualdad, pero exclusivamente para los que son iguales. Por lo tanto, ni la oligarquía ni la democracia tienen por fin el interés común. Los partidarios de los gobiernos oligárquicos parecen ser justos cuando afirman que, si debido a las propiedades existen las comunidades, entonces la participación en el gobierno debe corresponder en proporción a las riquezas y posesiones. Para Aristóteles, ese razonamiento sería cierto si la finalidad de la vida en comunidad fuera meramente vivir y no el “bien vivir”, el eu zên, la vida “virtuosa”. 

Esta es otra herencia – tergiversada – del pensamiento aristotélico en la tradición republicana en general: la exaltación de los valores morales en política. Entre estos suelen mencionarse la igualdad, la honestidad, la integridad, la moderación, la frugalidad, el patriotismo, la generosidad, la dedicación, la equidad y muchos otros que se proponen borrar (con lo que se muestra contrario al liberalismo) las fronteras entre la esfera pública y privada. Desde luego, el rechazo de la venalidad y la corrupción de los gobernantes es una constante en el republicanismo moderno desde su origen en la lucha contra la dominación de la monarquía. De allí que los republicanos consideran la moral de los individuos como un asunto público y no privado. Aristóteles, por su parte, menos dogmático, separa la moral cívica de la moral individual. Todo régimen político requiere de valores ciudadanos en correspondencia con él, por lo que varían respecto de cada politeia, y no se confunden con los valores morales privados. Al punto que se puede ser moralmente intachable como individuo y un ciudadano sin virtud y la inversa, virtuoso en la vida cívica e inmoral en la esfera privada. 

Además, desde el punto de vista aristotélico, el republicanismo liberal confía demasiado en el gobierno de las leyes. Todos los regímenes políticos establecen una legalidad, pero esto no implica que las leyes sean buenas y justas. Los regímenes desviados, como la oligarquía y la democracia, que admiten igualdad o desigualdad en todo, implantan necesariamente leyes malas e injustas. Para Aristóteles, como para los sofistas y los contractualistas modernos, la ley es una convención que garantiza los derechos mutuos, pero es incapaz (Platón piensa lo mismo) de generar ciudadanos buenos y justos. Por otra parte, no cualquier comunidad resulta apta para la “república”, para esa politeia que persigue el interés común e incluye el gobierno (políteuma) que lo realice. En principio, se requiere que no haya ni muy pobres ni muy ricos sino una mayoritaria clase media. Donde ésta falta, naturalmente, se imponen los regímenes desviados. Es cierto que Aristóteles prefiere siempre la soberanía de las leyes, no la de los individuos sobre ellas, pero esto sólo en la medida que, a su juicio, la ley está vaciada de epithymía (deseo irracional de bienes materiales) y thymós (pasión violenta), que son inherentes a la condición humana, y no porque las leyes sean buenas y justas en sí mismas. 

En suma, el pensamiento político aristotélico no es democrático, si por “democracia” se entiende el gobierno que obedece al interés particular de los pobres (que es uno de los sentidos de “pueblo”), ni “republicano”, si con “república” se nombra el gobierno conforme a leyes. Sin embargo, la politeia perfecta de Aristóteles supone una democracia moderada que tiene por fin el interés común y no de una parte de la comunidad, y eso es lo que estrictamente se ha traducido – y olvidado – como res publica. En cuanto “república” no es sinónimo de democracia, puede concebirse, siguiendo los postulados aristotélicos, claro está, repúblicas que no son democráticas, oligarquías que gobiernan de modo democrático, democracias que gobiernan de forma oligárquica, regímenes políticos que combinan de diversa manera elementos monárquicos, democráticos, oligárquicos y “republicanos”. Porque si politeia significa también “constitución”, una cosa es ella y otra cómo funciona en la práctica. 

 

*Doctor en filosofía, escritor y periodista
@riosrubenh
Blog: https://riosrubenh.wixsite.com/rubenhriosblog