Me importa un corno a la vela. Digo, este asunto de lo que dispone (¿o impone? Si impone, está frita, porque no soy la única a la que le importa un corno a la vela) la RAE acerca de acentos, sílabas, letras, esas cosas con las que se escribe. Voy a decir algo que digo a cada rato y usted, disculpe si me repito, y despierto impaciencias. Voy a decir que el lenguaje se hace de abajo para arriba y no de arriba para abajo. Arriba están los diccionarios, los manuales, las gramáticas, etc., y todo eso es necesario y a mí me encanta, sobre todo los diccionarios. Abajo, para acá, para donde estamos (casi) todas y todos, está la fuerza de lo que se va haciendo, gracias a la vitalidad de la que goza todavía por suerte el castellano, que se lleva por delante todo lo que dispongan los de arriba. En algún momento las gramáticas y los diccionarios y los manuales suspiran resignados y admiten que no tienen más remedio que decir “y bué, qué se le v’hacer, hay que aceptar ese vocablo que medio mundo usa” o “tá bien, tá bien, sigan nomás diciendo “i griega” o considerando que la “ch” es una letra con todos los derechos y los deberes de la eme por ejemplo, o de la ge”. Eso. La RAE puede decir lo que se le dé la gana y me parece bien. Ahora, lo que pasa con el idioma, si bien se parece, no es igual a lo que estatuye la RAE y que se aguanten, qué tanto. Al castellano, señora RAE, lo hacemos nosotros, los periodistas, los jóvenes (punks, nerds, emos, darks, lo que sean), los viejos, los profesionales, cada uno con su jerga, los ladrones, los adictos, los actores, los profesores, en fin, la gente. Y hay que aceptar, que hasta ahora lo hemos hecho muy bien y también que allá arriba han sabido aceptar lo creado acá abajo.