COLUMNISTAS
periodistas, poder y protagonismo

Ataque de pánico

Ya lo dijo con todas las letras Don Néstor, flamante patrono de la Unión de Naciones Sudamericanas: los K sueñan su tiempo como “un proyecto para diez o quince años”.

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Ya lo dijo con todas las letras Don Néstor, flamante patrono de la Unión de Naciones Sudamericanas: los K sueñan su tiempo como “un proyecto para diez o quince años”, lo cual, ya que están a punto de cumplir siete en el ejercicio del poder político, vendría a significar un récord de permanencia de casi tres décadas al hilo que ni Perón ni los militares pudieron, ni Menem lo hizo.

Fantaseando con ellos, un modelo tan perdurable en el tiempo como en el humor social debería contar con una de estas dos cosas (o la magistral combinación de ambas):

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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* Un consenso apabullante entre todas las franjas de la población, que cada tanto se encolumnarían chochas hacia las urnas como un festivo trámite patriótico.

* O el monumental despliegue de mecanismos de disciplinamiento de semejante envergadura que te la regalo si se te ocurre levantar la cabeza.

Ni una ni otra cosa (ni siquiera la genial mezcla de las dos) parece demasiado probable desde la perspectiva actual. Más aún: un triunfo kirchnerista en 2011 hablaría mejor de las confusiones en la vereda de enfrente (sobran evidencias de ellas) que de la incuestionable materialización de los sueños pingüinos.

El problema, más en la acepción institucional que sociológica de la palabra “problema”, es que el matrimonio Kirchner se muestra tan convencido de sus chances como capaz de tensar la cuerda hasta el límite para lograrlo. Mejor dicho: ojalá que sea hasta el límite y no más.

Ahí radica la principal explicación a su obsesiva guerra contra los medios de comunicación y los periodistas que no se resisten a ser editados por ellos, acción directamente proporcional al despliegue de un multimedio estatal y paraestatal inédito en el país, y sostenido, aunque ya no en forma directa, por las billeteras de todos los argentinos vía propaganda gubernamental.

Preocupado como cualquiera de sus antecesores por lo que se dice y se deja de decir en la prensa escrita pero sobre todo audiovisual, el dúo NK-CFK ha puesto más garra que ninguno de ellos (civiles o militares) al desarrollo de audiencias mediáticas que, como parte del experimento, de rebote generaron un para nada despreciable activismo callejero dispuesto a identificar en el periodismo, con el Grupo Clarín a la cabeza, al verdadero cerebro de la desarticulada oposición.

Cada cual es dueño de pensar como le plazca. El asunto es que, últimamente, las convicciones fueron abriéndole las puertas al fanatismo. Y éste, al patoterismo. Varios colegas pasaron malos momentos: desde sillazos en la Feria del Libro hasta puteadas en cuatro idiomas por parte de militantes algo pasados de rosca, pasando por alguna acusación de “vendido”, “traidor” o “gorila” en alguna platea futbolera de club grande (hubo manotazos).

Como no hubo sangre que lamentar ni chichones que desinflamar, la Propaladora para Todos se encolumnó detrás de su típica cerrazón en el pasado. Desde varios espacios se llamó a no tener miedo por respeto a los que fueron secuestrados, torturados o desaparecidos por la dictadura, como si haber sobrevivido al terror fuera una vacuna eficaz para evitar el contagio de otra clase de locuras.

El mensaje se traduciría así: ustedes no tienen miedo, se venden desde el miedo o, en el mejor de los casos, son unos tilingos con ataque de pánico. Si acá no pasa nada, che.

Ya se hacen chistes al respecto. La desopilante revista Barcelona acaba de ocuparse del asunto con su habitual tono negro y cannábico (ver tapa del último número en esta página). Da risa. Sobre todo, claro, si el rostro de uno no aparece entre los ahí tachados bajo el título “Cuiqui” y bajo amenaza de ser escrachado, secuestrado o enterrado en “tumbas TN”. Pero hay que reírse.

Porque ése es el juego: convertir al medio, al que debe informar sobre lo que hacen los actores, en protagonista. En un igual. Un competidor. Un fucking “destituyente”. Más pánico que nada debería provocarnos el sentirnos cómodos en ese lugar. Tal vez en este mínimo minuto los periodistas de veras deban temerle más al ridículo que a la violencia física.