A veces hay obras tan potentes que delimitan un territorio, un campo. Esa percepción debe haber tenido Paul de Man cuando, en su libro La resistencia a la teoría, decidió incluir un ensayo sobre La tarea del traductor, el célebre artículo de Walter Benjamin. El texto de Benjamin es una referencia ineludible para los estudios culturales. Escribir sobre ese (o algún otro) artículo de Benjamin es algo así como el equivalente al pago de un peaje, un diezmo, una garantía bancaria, un tributo que se le hace a la convencionalidad para luego seguir rumbo hacia otra parte (salvo para quienes se quedan a vivir en ese peaje, a la sombra cordial de la caja registradora del pensamiento crítico, de gran éxito entre nosotros). De Man es sincero, y antes de terminar el primer párrafo, confiesa: “En la profesión no eres nadie a menos que hayas dicho algo sobre este texto”.
No sé a qué profesión se refiere; por mi parte yo no tengo ninguna, y en buena medida la literatura se trata de eso: el amateurismo como rasgo distintivo. Pero volviendo a las obras connotadas, no deja de ser interesante el caso de los escritores y ensayistas que deciden ingresar a un territorio ocupado por otra obra, y desafiar, subvertir, o corroer esa autoridad. Eso hace el escritor rosarino Oscar Taborda, en dos libros magníficos publicados hace más de diez años. Uno, 40 watt (editado por Beatriz Viterbo) es una breve novela en verso, pero también una larga sucesión de poemas narrativos. El otro, Las carnes se asan al aire libre (publicado por la Editorial Municipal de Rosario) reproduce un formato más clásico, llamado habitualmente novela. En los dos libros aparecen el río, los árboles, los asados, la puntuación asmática, la irrupción de una violencia contenida, la caminata entre amigos, la siesta. Es decir, el universo que Saer retomó de Juan L. Ortiz hasta convertirlo en su mundo propio. Pues bien, Taborda entra en ese mundo ajeno y sale airoso. Lo modifica transformándolo en algo distinto; otro río, otro sauce, otra siesta. Cada una de la palabras saerianas, después de Taborda, significan otra cosa.
Haciendo un salto temerario, otro tanto ocurre con los nombres de Schönberg y Theodor W. Adorno. Después de la Filosofía de la nueva música, Adorno ocupa un lugar de referencia exclusiva (o casi) sobre el tema. Pero el ensayista Esteban Buch, sin apartarse del todo de Adorno, demuestra sin embargo que es posible dar una vuelta de tuerca. En Le cas Schönberg. Naissance de l’avant-garde musicale (publicado en 2006 en la prestigiosa Bibliothèque des Idées de la editorial Gallimard) Buch entra en ese territorio tan transitado, pero para derribar los lugares comunes que habitualmente tenemos sobre el tema. Por ejemplo: “Hasta la Primera Guerra Mundial, el término vanguardia estaba prácticamente ausente de la lengua alemana, que prefería utilizar ‘progreso musical’ o ‘música moderna’”. Es curioso: para el año ’14 la vanguardia alemana ya lo había inventado todo, menos su nombre.
Esta combinación de minuciosidad y mito derribado es el núcleo central de la obra de Buch; obra singular, ubicada siempre en una entre dos: entre dos idiomas, entre dos tradiciones. Argentino, residente en París (donde enseña en la École des Hautes Etudes en Sciences Sociales), la mitad de sus libros fueron escritos originalmente en castellano, y la otra mitad en francés. Y lo mismo ocurre con su prosa: a mitad de camino entre el ensayo de autor y la tesis universitaria; entre la novela policial, la filosofía política y la sociología de la música; cada texto de Buch puede leerse como un capítulo de un movimiento tan crítico como inclasificable. De los libros argentinos (O juremos con gloria morir. Historia de una épica de Estado, o The Bomarzo Affair. Opera, perversión y dictadura, entre otros), a los franceses (La neuvième de Beethoven, entre varios más), los ensayos de Buch son un intento logrado por atravesar las fronteras, los territorios cerrados y los lugares comunes, es decir, por devolverle al ensayo su carácter radical.