En marzo salen tres libros míos. Tendría que ocuparme de ellos. Pero ya cobré y sus editores algo harán para recuperar y dejo el tema del autor para ocuparme del de los autos. El auto es la más literaria de las tonteras contemporáneas. Este sustantivo fue en griego un pronombre que ocupaba el lugar del sujeto en la descripción de las acciones que dirigía hacia sí mismo.
En la Argentina, este mes, durante el que se venderán 100 y 300 libros míos, se venderán no menos de 45.000 autos para uso particular y morirán no menos de seiscientas personas en accidentes automovilísticos. El número de libros vendidos depende de los gustos del público y de la voluntad del autor por satisfacerlos. El número de autos vendidos –estimado en 600 mil para este año– no deja de crecer y depende de la desigual distribución de la riqueza y del crecimiento exponencial del ingreso de ese pequeño sector de la sociedad que no sabe en qué gastarlo ni cómo distinguirse de sus privilegiados pares.
El número de muertes depende de unas estadísticas que computan sólo a quienes mueren en el lugar del accidente y eluden el seguimiento de hospitalizados y no contemplan los daños a la calidad de vida de víctimas y culpables de la tragedia.
Corrigendo ese error metodológico, como se hace en países menos hipócritas, la cifra se multiplica. Como parte interesada, la industria aseguradora maneja otros números, y según el informe del Instituto de Seguridad y Educación Vial cada vez que un accidente deja uno o más muertos o heridos de gravedad, por sepelios, servicios médicos, lucros cesantes, jubilaciones anticipadas, pensiones a deudos, daños a inmuebles y gastos judiciales, cuesta a la sociedad un promedio de 37.000 dólares.
Frenos poco pisados, aceleradores demasiado pisados, volantes mal manipulados, alcohol, drogas, enfermedades, omnipotencia y riesgos no contemplados figuran como principales causas, y todas, mal que bien, son del orden del azar.
Son causas, pero no culpables. Entre éstos se cuenta en primer término al Estado, que descuida caminos, rutas y calles, vigilancia, señalización, habilitaciones y hasta su propia función legislativa, que demora leyes y ordenanzas. Otro culpable es la industria automotriz, que promueve el uso “deportivo” de los autos de mil maneras, entre las que se destaca el circense espectáculo del automovilismo. Su cómplice es la misma prensa donde se escriben estas condenas al crimen motorizado, que destina más espacio a celebrar las exageradas prestaciones y los falsos deportes asociados a ellas que a dar cuenta de todos los deportes naturales y amateurs tomados en conjunto. Tal vez el próximo sábado pueda continuar estos comentarios.