Por supuesto, habla él. También hace hablar a Prat-Gay, a la Bullrich, a otros ministros menos connotados y hasta a la implacable Elisa Carrió, aunque el Gobierno sostiene que la dirigente libre asociada no necesariamente lo representa. Pero la dama se pronuncia como si fuera su portavoz más enérgica, incluso avanza en terrenos hostiles para Macri, de los que prefiere separarse: la Corte Suprema, la inseguridad. Parte de una campaña de cien días, por encontrarle un título, en la que ejerza autoridad y se consolide en el poder. Gracias a una parte del peronismo, el objetivo está a la mano: Massa lo acompaña a Davos (ha puesto varios funcionarios en el listado de canjes), los camporitas perdieron en la Legislatura bonaerense con la aprobación del Presupuesto y, por si fuera poco, hasta se maltratan entre ellos a pesar de los mensajes de Cristina desde el incendiado sur. Basta escuchar lo que Larroque dice de Bossio, que es lo mismo que antes Bossio decía de la sociedad política que integra Larroque: si hasta sospechaba de preceptos internos, moralistas, que la muchachada cristinista juraba respetar.
Con el cambio de gobierno, además, ciertas ataduras se soltaron: Ottavis se enamoró de la Xipolitakis, una conjunción de excéntricos, y el hijo de un jefe guerrillero abandonó a la hija de la madre espiritual para liarse con otra hija famosa, blonda y provocativa, la de un exitoso empresario hotelero y futbolístico de cercanía kirchnerista. Curiosa definición en materia de gustos de estos revolucionarios: nunca una oficinista, menos una fabriquera, si no se puede vencer a la alta burguesía, por lo menos disfrutemos de su compañía. Menemismo explícito.
Enamoramientos impensables del verano, antes reservados a la farándula de Mar del Plata y Carlos Paz, tapados por el thriller de los tres prófugos criminales que la autoestima argentina convirtió en los grandes jefes del narcotráfico internacional que, en cualquier momento, serían entrevistados por el cándido Sean Penn. Cuando, en verdad, el trío deambulaba pidiendo comida y poniéndole el diente a una carnaza reservada para perros. Hasta Macri se atosigó con ese invento nacional como el dulce de leche o la Bic, y casi le cuesta la cabeza de su imprevista jefa de Seguridad, Patricia Bullrich, tal vez más a pedido de sus propios asesores que a la demanda opositora: Duran Barba no tolera errores, ya lo demostró cuando bajó a Fernando Niembro de la campaña.
Pero Macri decidió no cambiar nada, reconfirmarla, y a cambio amputó la cúpula de cuantos uniformados existan y echó la culpa a otros (gobierno santafesino, por ejemplo), cuando la torpeza era propia o deliberada: los buscaban, repetían la consigna “los tenemos cercados” en la provincia de Buenos Aires, y ocurrió que aparecieron en un rincón del Litoral por una llamada delatora. Si no los encontraron al principio, fue por la escasa destreza de la Gendarmería para leer las coordenadas que brindaba el celular: se equivocaron por 200 metros.
Demasiado apremio y temor en el Gobierno, pero la ministra está a salvo, difícil que atraviese una conmoción semejante y, como aprendió, no se va a embarrar ahora con el asalto a mano armada en Punta del Este, en la nueva chacra de un empresario vinculado a Scioli, con apellido de ciudad bonaerense. Y sin duda, nada tendrá para opinar sobre el arreglo del ex zar del fútbol, Alejandro Burzaco, quien en apariencia consensuó con la fiscalía norteamericana un par de años de prisión domiciliaria en el mismo departamento alquilado, otros dos a purgar en un lugar menos cómodo y la confiscación de varias cuentas bancarias, también sus réditos, a los que las lenguas judiciales les atribuyen una magnitud superior a los 100 millones de dólares. Nadie sabe lo que confesó de su non sancta actividad en el negocio de la televisación del fútbol, sí reconocen que su crisis personal será más llevadera porque se amigó con la esposa.
Ella. Aunque avanza Macri en el réquiem a Cristina, algo “nerviosha”, como diría su finado marido, ese congelamiento y reducción de su principal enemigo –del cual utiliza su medicina preferida, “la caja”, para degradarla políticamente, como se advirtió en el arreglo presupuestario bonaerense–, tropieza en cambio con sus propias inhabilidades en otros terrenos: el margen de tiempo hasta febrero que les obsequió a sus críticos cuando no pudo designar por decreto a dos jueces de la Corte, lo que se advertirá en una ofensiva sobre Carlos Rosenkrantz, inobjetable jurista que salpicarán ostensiblemente por sus vínculos con Clarín. A menos que alguien suponga que el ingeniero pretendió advertir a Lorenzetti de que su reino ya no dispondrá de licencias, como el dictado inconsulto del costoso fallo de Sancor (Lorenzetti por Santa Fe y Maqueda por Córdoba), sacado en supersónica velocidad cuando lo tuvieron en hibernación ocho años.
Una reyerta personal en la cual subyacen preguntas: ¿a Carrió, Lorenzetti habrá de demandarla luego de que lo imputara por enriquecimiento ilícito? ¿Corresponde que el titular de la Corte Suprema guarde silencio ante una denuncia de ese calibre? ¿Cuántos serán en el futuro los miembros de la Corte: 5, 7 o 9? Y por último, los medios preferenciales que cobijaron a Lorenzetti durante el gobierno de Cristina, ¿lo seguirán haciendo ahora que Macri lo bombardea? Eduardo Menem, como otros congresistas del 94, cree que la decisión del Presidente con el decreto fue “innecesaria”. Y por supuesto, mal aconsejada.
Como también otros consideran no sólo innecesaria, sino inútil, la pretensión original de designar embajadores políticos sin el aval del Senado: hasta los propios elegidos (Bordón, Puerta, Magariños, Alvarez García, Montenegro y Stubrin) le dijeron que no aceptarían esos cargos sin la venia legislativa, que se convertirían en diplomáticos de segunda si consentían ese mandato.
Por suerte, hubo humor en la nueva consideración del tema para febrero: Puerta le dijo a Mauricio: ¿vos sabés que en España al nuevo embajador lo llevan en carroza, con fanfarria y escolta, pompa y circunstancia, siempre que tenga todos los papeles en orden? Si no es así, me parece que a uno lo llevan en un Fiat 600 para ver al rey.