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¡Ay, qué miedo!

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¿Vio con qué frecuencia aparece en los medios la palabra miedo? Y se habla de sembrar el miedo, como si fuera  una semilla que va al surco y allí crece y crece. No está mal la imagen. También se habla de mieditos, eso entre amigos, o en broma, o para quitarle dramatismo. El miedo anida en donde puede, no en donde quiere y que no me salten a la yugular los psicólogos. Lo imagino buscando un huequito en el ánimo de las gentes y exclamando ¡eureka! cuando encuentra paso libre, aunque haya pedruscos, pozos y baches. ¡Ahí, ahí!, dice alborozado, y se mete. Esa imagen me gusta más que la del surco.

Hay que decir que encuentra nidos improbables, extraños, rarísimos. Ejemplo: tengo una amiga que les tiene miedo a las persianas. Sí, eso dije, a las persianas, esas cosas que se enrollan y se desenrollan en las ventanas. Ya sé querida señora que usted no me lo va a creer, pero le explico: dice, mi amiga, que tiene miedo porque sabe, sí, sabe que en algún momento se va a cortar no sé qué fleje o resorte o vaya usted a saber qué, y que la persiana le va a caer de filo sobre la mano y le va a fracturar los carpos y metacarpos y dedos y van a tener que amputarla etcétera. Le sugerí que escribiera novelas de terror, pero no le cayó muy bien mi idea, de modo que traté de arreglar la cosa confesándole que yo padezco de aracnofobia grado tres, que es la más grave, y que además es más vulgar que su persianofobia. Claro, habría que ponerse a averiguar la diferencia entre miedo y fobia. No, gracias.